La comunidad víctima de un mayor rechazo hoy es la árabe-musulmana
Por mucho que Sharon y el lobby sionista se empeñen en hacernos creer que el problema más grave de xenofobia en Europa es un supuesto crecimiento del antisemitismo (lo que, según ellos, explicaría la solidaridad europea con la causa palestina), la realidad es completamente distinta. La comunidad víctima de un mayor rechazo hoy en día es, sin lugar a dudas, la árabe-musulmana.
No es difícil encontrar ejemplos y datos que reflejen esta situación: la oposición visceral de asociaciones vecinales a la apertura de mezquitas en sus barrios, estudios de opinión que señalan a la comunidad marroquí como la más rechazada, la incomodidad que genera el debate sobre la entrada de Turquía en la UE, etc.
Las raíces de la islamofobia en son diversas. Por un lado, existe un recelo atávico al Islam producto de una historia de enfrentamiento y guerras, que ha dado lugar a un imaginario colectivo que se corresponde en buena parte con el que describiera Edward Saïd en su célebre obra Orientalismo. Este imaginario describe el pueblo árabe como atrasado, fanático y mezquino, en definitiva, como gente que no es de fiar. Un estereotipo que se ha visto reforzado tras la eclosión en el panorama internacional del terrorismo islamista, coronada con los terribles atentados del 11-S en Estados Unidos y del 11-M en Madrid. Por último, también tiene un componente de miedo y recelo hacia lo desconocido que, según nos cuentan los sociobiólogos, forma parte de nuestro material genético, de nuestros instintos como especie.
La islamofobia se encuentra presente en todas las capas sociales y territorios. No obstante, es más intensa entre las clases populares, que justamente habitan en los barrios bajos de las grandes ciudades donde se concentra la mayor parte de la población inmigrante, y donde suelen surgir los conflictos. Es este sector de la población el que sufre más directamente las consecuencias negativas relacionadas con la inmigración; por ejemplo la competición a la baja de los sueldos en trabajos no cualificados o la situación de colapso de algunos servicios como los hospitales, lo que añade un nuevo motivo de rechazo a los mencionados en el párrafo anterior. Por otro lado, es también este sector el que presenta un nivel educativo y cultural más bajo, y en consecuencia, el que tiene menos herramientas para rehacer el imaginario colectivo y afrontar determinados instintos.
Sin embargo, si nos limitáramos a analizar la islamofobia, el boceto sobre las reacciones que despierta el Islam quedaría incompleto. Paralelamente a ésta, se desarrolla otro fenómeno quizás menos visible, pero también relevante: la islamofilia. Existe en nuestra sociedad un renacido interés y curiosidad por el Islam, así como por la cultura árabe, como demuestra el incremento espectacular de la demanda de aprendizaje de la lengua árabe en algunos países (la Escuela Oficial de Barcelona ha pasado de 168 solicitudes para el primer curso en 1996 a 680 este año); la multiplicación de los centros cívicos o academias en los que se enseña la danza del vientre; la celebración de numerosos congresos y conferencias sobre estos temas, etc. La islamofilia se concentra sobre todo entre los hijos de la clase media y alta, en los ambientes universitarios, a menudo con simpatías hacia el movimiento antiglobalización. En este sentido, es muy indicativo pasear por el barcelonés barrio de Gracia, muy de moda entre la juventud universitaria y la élite cultural alternativa, para descubrir una gran cantidad de restaurantes y teterías árabes.
Las causas que motivan el crecimiento de la islamofilia en este momento histórico son variadas. Por un lado, algo tendrá que ver con el gran incremento de la comunidad inmigrante de origen árabe y/o musulmana producido en esta última década, así como el carácter exótico de su cultura (por cierto, otro de los elementos centrales del imaginario del Orientalismo clásico). Por otro lado, probablemente, la islamofilia se alimenta, en parte, de la islamofobia a modo de reacción. Es como si la existencia de este elemento hostil en nuestro tejido social provocara la creación de una especie de anticuerpos. Por último, la identidad árabe/islámica resulta atractiva para muchos jóvenes porque es la única que plantea una oposición firme al proyecto de globalización económica y cultural que lidera EEUU. Con la causa palestina como estandarte, los movimientos de resistencia islámicos son sinónimo de rebelión hacia el orden establecido para el movimiento antiglobalizador, y en consecuencia, suscitan un lógico sentimiento de solidaridad. De hecho, esta percepción se ve alentada por el propio engranaje político-militar estadounidense, que los ha designado como el necesario antagonista en su proyecto imperialista, una vez extinto el viejo demonio rojo.
Islamofobia e islamofilia libran un desigual combate por la hegemonía en el espacio público. La islamofobia, superior en número, crece desde la base a través de la comunicación interpersonal, del boca a oreja y el establecimiento de convenciones sociales basadas en estereotipos. La islamofilia, ciertamente minoritaria, cuenta con un más fácil acceso a los medios de comunicación para difundir su discurso, que además se encuentra más cercano al considerado "políticamente correcto". Y por tanto, encuentra una caja de resonancia en las opiniones de una mayoría de políticos, intelectuales, periodistas, etc. Sin embargo, en tiempos de "secularización" política, tener a favor el discurso "políticamente correcto" no es ninguna garantía. Más bien al contrario. Crisis como la del Carmel, la manipulación del 11-M, etc, no hacen sino acrecentar el enorme foso que separa representados y representantes, y que en Europa se han apresado a ocupar líderes de la calaña de Le Pen y Haider.
En todo caso, no está nada claro en qué sentido influyen los medios de comunicación en este tema. En una cultura tan audiovisual como la actual, las imágenes aparecen a menudo descontextualizadas, y más que informar desinforman. Y las imágenes asociadas al Islam son las de centenares de pateras de "ilegales" en el estrecho, de manifestaciones de multitudes enfurecidas, atentados crueles, a fanatismo religioso, etc. Justo el tipo de material que ayuda a reforzar el estereotipo islamofóbico.
Sea como fuere, la islamofobia cuenta con una arma poderosa que le permite jugar con ventaja en esta lucha: el potencial visual de la violencia simbólica y la capacidad de polarización, de repliegue comunitario, de la violencia física. Una mezquita quemada es capaz de echar por tierra el trabajo de acercamiento de centenares de talleres, charlas, exposiciones, etc.
Del resultado de este combate entre islamofilia e islamofobia depende la cohesión futura de nuestra sociedad. Mal que les pese a los racistas, las tendencias demográficas son irreversibles a corto plazo, y el Islam (al que se le podrá añadir quizás la etiqueta de "europeo") ha venido para quedarse. En todo caso, si fracasamos, siempre nos quedará la posibilidad de echar la culpa al multiculturalismo, que es gratis.
fuente:webislam
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