Bismillahi Rahmani Rahim
Por Zainab Caram
Las ideas, los conceptos y teorías se gestan
de acuerdo a la realidad y marco referencial
en donde se encuentran quienes las elaboran. Por tal motivo, es mi
intención, desglosar humildemente algunos conceptos que occidente ha instalado
y naturalizado con respecto al período de la vida humana que comprende el
abandono de la niñez y el paso hacia la etapa vital en que tanto biológica,
psicológica y sociológicamente el hombre y la mujer se tornan más
independientes y pasan a ocupan otro status social. En occidente se lo llama
Adolescencia. No es casual que se haya designado de tal forma, relacionando el
desapego paulatino y los duelos por imágenes parentales y corporales, con un
sufrimiento por el que se atraviesa, signado de confusión y falta de parámetros
claros. Es la adolescencia reflejo de lo que adolesce la sociedad: enfermedad
moral donde lo permitido no es lo sano,
corporeidad sin espíritu, sexualidad sin humanidad, familia sin
vínculos, amistad para consumo. Es esto lo habitual, y hasta lo esperable en
los jóvenes, la rebelión sin tener un sentido claro de qué, por qué y con qué
fin, siendo funcionales al sistema que los banaliza en lugar de ser emergentes
generadores de cambio desde toda arista humana.
La identidad de la juventud desde esta
perspectiva se confunde con modos de relacionarse desde lo estrictamente
estético y mundano. Se despoja a los jóvenes del sentido trascendente de la
vida, siendo también un producto del sistema de consumo que retroalimenta la
cadena de producción, generando ilusorias necesidades ligadas al Dunia (al mundo), pero
sin generar la más imperiosa necesidad: el acercamiento y conocimiento de
Allah.
El “adolescente” occidental es presentado como
un ser perdido en el universo, despojado de un entorno adulto, o, en el mejor
de los casos, enfrentado antagónicamente con las generaciones que los han
precedido.
Es esperable del joven occidental que
trasnoche con sus amigos, se relacione con personas extrañas en lugares donde
el alcohol es el código vincular entre pares, que descuide su intimidad. La
naturalización de la violencia verbal ha generado que, en esta sociedad que se
declara propulsora de la libertad de las jóvenes, éstas sean esclavizadas y
violentadas suspicaz y cotidianamente. Es esperable el joven y la joven se preparen para competir en el mundo y la
mirada hacia el otro sea de contendiente, poniendo su formación intelectual al
servicio de la egolatría e interés propio.
El joven y la joven musulmana son parte de la
matriz familiar, son la urdimbre nueva en el
tejido de relaciones que enaltecen la condición humana, responsables de
su formación religiosa, intelectual –y como el Islam no es solamente una religión
que liga al hombre con el Creador, sino que también vincula al ser humano en el
mundo desde el justo lugar- es considerado movilizador de cambios políticos,
sociales, culturales y económicos, un verdadero artífice.
Observando
lo ordenado por Allah, el joven y la joven, en primera instancia se posicionan
en un plano que les da identidad propia, no subyugándose a espejismos
mediáticos ni frívolos; los jóvenes musulmanes al aceptar que lo haram debe ser
rechazado sin excusas, y aconsejando hacer lo bueno, se cuidan a sí mismos, a
sus pares, a sus hermanos.
El
valor de la familia para el joven musulmán es supremo, la familia no es el
espacio de los domingos al mediodía, no es la efemérides del cumpleaños; es el
reconocimiento y brújula que dirige la vida en el camino de Allah, Inshallah en
una sociedad que lucha contra los dolores humanos, donde el trato entre pares
es de hermandad respeto mutuo.
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