17.4.12

Identidad juvenil en occidente e Islam


                                                      Bismillahi Rahmani Rahim



Por Zainab Caram






Las ideas, los conceptos y teorías se gestan de acuerdo a la realidad y marco referencial  en donde se encuentran quienes las elaboran. Por tal motivo, es mi intención, desglosar humildemente algunos conceptos que occidente ha instalado y naturalizado con respecto al período de la vida humana que comprende el abandono de la niñez y el paso hacia la etapa vital en que tanto biológica, psicológica y sociológicamente el hombre y la mujer se tornan más independientes y pasan a ocupan otro status social. En occidente se lo llama Adolescencia. No es casual que se haya designado de tal forma, relacionando el desapego paulatino y los duelos por imágenes parentales y corporales, con un sufrimiento por el que se atraviesa, signado de confusión y falta de parámetros claros. Es la adolescencia reflejo de lo que adolesce la sociedad: enfermedad moral donde lo permitido no es lo sano,  corporeidad sin espíritu, sexualidad sin humanidad, familia sin vínculos, amistad para consumo. Es esto lo habitual, y hasta lo esperable en los jóvenes, la rebelión sin tener un sentido claro de qué, por qué y con qué fin, siendo funcionales al sistema que los banaliza en lugar de ser emergentes generadores de cambio desde toda arista humana.
La identidad de la juventud desde esta perspectiva se confunde con modos de relacionarse desde lo estrictamente estético y mundano. Se despoja a los jóvenes del sentido trascendente de la vida, siendo también un producto del sistema de consumo que retroalimenta la cadena de producción, generando ilusorias necesidades ligadas al Dunia (al mundo), pero sin generar la más imperiosa necesidad: el acercamiento y conocimiento de Allah.  
El “adolescente” occidental es presentado como un ser perdido en el universo, despojado de un entorno adulto, o, en el mejor de los casos, enfrentado antagónicamente con las generaciones que los han precedido. 
Es esperable del joven occidental que trasnoche con sus amigos, se relacione con personas extrañas en lugares donde el alcohol es el código vincular entre pares, que descuide su intimidad. La naturalización de la violencia verbal ha generado que, en esta sociedad que se declara propulsora de la libertad de las jóvenes, éstas sean esclavizadas y violentadas suspicaz y cotidianamente. Es esperable el joven y la joven  se preparen para competir en el mundo y la mirada hacia el otro sea de contendiente, poniendo su formación intelectual al servicio de la egolatría e interés propio.




El joven y la joven musulmana son parte de la matriz familiar, son la urdimbre nueva en el  tejido de relaciones que enaltecen la condición humana, responsables de su formación religiosa, intelectual –y como el Islam no es solamente una religión que liga al hombre con el Creador, sino que también vincula al ser humano en el mundo desde el justo lugar- es considerado movilizador de cambios políticos, sociales, culturales y económicos, un verdadero artífice.
 Observando lo ordenado por Allah, el joven y la joven, en primera instancia se posicionan en un plano que les da identidad propia, no subyugándose a espejismos mediáticos ni frívolos; los jóvenes musulmanes al aceptar que lo haram debe ser rechazado sin excusas, y aconsejando hacer lo bueno, se cuidan a sí mismos, a sus pares, a sus hermanos.
 El valor de la familia para el joven musulmán es supremo, la familia no es el espacio de los domingos al mediodía, no es la efemérides del cumpleaños; es el reconocimiento y brújula que dirige la vida en el camino de Allah, Inshallah en una sociedad que lucha contra los dolores humanos, donde el trato entre pares es de hermandad respeto mutuo.

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