12.12.11
Juan el Bautista habla del Profeta Muhammad (saw)
EL PROFETA PRONOSTICADO POR EL BAUTISTA ERA CIERTAMENTE MUHAMMAD
Hay dos observaciones muy significativas acerca de Juan el Bautista hechas por Jesús, aunque registradas de manera misteriosa- La primera observación acerca del Bautista es aquella en la que Juan es presentado al mundo como Elías reencamado (Elijah en el Viejo Testamento). El misterio con el que está envuelto este nombre reside en el significativo silencio de Jesús acerca de la identidad de la persona esperada como Eliah (no Elías) para anunciar oficialmente y presentar al mundo al último Profeta. El lenguaje de Jesús al respecto es excesivamente oscuro, ambiguo y misterioso. Si Juan era Elías, como expresa e impávidamente se declara, ¿por qué entonces no se menciona expresa e impertérritamente la persona cuyo precursor era Elíah? Si Jesús fuese el «Mensajero del Pacto» y el «Dominador» (como traduce la Vulgata la palabra hebrea «Adán», de Mal. 3:1), ¿por qué no lo dice abiertamente? Si valientemente declaró que él no era el «Dominador» sino otro Profeta, en realidad debe haber sido una mano criminal la que borró e hizo desaparecer las palabras de Jesús del Evangelio original. En todo caso son responsables los evangelios de esta ambigüedad y oscuridad. No se puede describir sino como enredos diabólicos al texto que ha inducido a error a millones de cristianos durante tantos siglos. Cualquier cosa que creyese Jesús que representaba, como mínimo debería haberse mostrado franco y declarar abiertamente: «Juan es el Eliah que fue enviado como un precursor para prepararme el camino». Posiblemente esto también se debe al gusto de Jesús por la ambigüedad. En efecto, hay distintos ejemplos –como se relata en los evangelios– donde Jesús da respuestas o hace manifestaciones oscuras y totalmente inentendibles. Dejando su divinidad de lado, como Profeta» ya no hablemos como maestro, se espera que sea un líder y conductor franco (1).
La otra observación está envuelta en un misterio aún más denso. «Ningún hombre nacido de mujer fue más grande que Juan el Bautista» dice Jesús, «pero el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que Juan». ¿Quiere decirnos Jesús que Juan el Bautista y todos los Profetas y hombres rectos eran exteriores al Reino de Dios? ¿Quién es el «más pequeño» que será «más grande» que Juan, y en consecuencia que todo el pueblo de Dios anterior al Bautista? ¿Por el «más pequeño» Jesús se menciona a sí mismo o al «más pequeño» entre los cristianos bautizados? No puede ser él mismo porque en ese tiempo ese Reino no estaba aún establecido sobre la tierra. Y si era él, no podía ser el «más pequeño» en el mismo, porque él era su fundador. Las iglesias –más bien cada iglesia, ortodoxa o heterodoxa, desde su peculiar punto de vista– han descubierto una solución muy absurda o muy abstrusa para este problema. Esa solución es que el cristiano «más pequeño» lavado con la sangre de Jesús –ya sea a través del sacramento del bautismo, de acuerdo a la creencia de los católicos, o a través de la regeneración de algún tipo, de acuerdo a la superstición de los evangelistas (protestantes)– se vuelve «más grande» que el Bautista y la multitud de hombres y mujeres santos, ¡incluidos Adán, Noé, Abraham, Moisés, David, Eliah, Daniel y Juan el Bautista! Y la razón o prueba de esta maravillosa afirmación es que los cristianos, no obstante lo pecaminosos, ignorantes, ruines y bajos que puedan ser, justificando su fe en Jesús como su salvador, tienen el privilegio que desearon tener los santos Profetas y no lo lograron. Estos privilegios son innumerables: la purificación del pecado original a través del bautismo cristiano; el conocimiento de la Sagrada Trinidad (Dios me perdone lo que digo); e! alimentarse con la sangre y carne de Jesús en el sacramento de la eucaristía; la gracia de hacer el signo de la cruz; el privilegio de las llaves del cielo y del infierno entregadas al pontífice soberano y el embelesado éxtasis de los puritanos, quákeros, y todas las otras sectas no-conformistas que, cada una a su manera, mientras afirman los mismos privilegios y prerrogativas, acuerdan en conjunto que todo buen cristiano el Día de la Resurrección ¡se convertirá en una virgen pura que se auto obsequiará como novia al «cordero de Dios»!
¿No creen ustedes entonces que los cristianos tienen razón en creer que «el más pequeño» entre ellos es «más grande» que todos los Profetas? ¿No creen entonces que un obstinado monje de la Patagonia y una monja penitente parisina son más elevados que Adán y Eva, porque el misterio de la trinidad se les reveló a ellos y no a nuestros primeros padres que habitaban en el Paraíso antes de su caída? ¿No les parece que este tipo de creencia es de lo más impropio e indigno en estos tiempos altaneros de avanzada ciencia y civilización? Afirmar que un príncipe inglés o un huérfano negro es «más grande» que Juan el Bautista simplemente porque expresan ser cristianos es, como mínimo, algo abominable (2). No constante todas esas diversas creencias y credos se desprenden del Nuevo Testamento y de las palabras puestas en las bocas de Jesús y sus apóstoles. Para Nosotros, musulmanes unitaristas, sin embargo, hay pocos destellos chispeantes en los evangelios, los cuales son suficientes para que descubramos la verdad acerca del Jesús real y su primo, Yohannan Mamdana (Juan el Bautista)
JUAN EL BAUTISTA PROFETIZA A MUHAMMAD
1. De acuerdo al testimonio de Jesús, ningún hombre nacido de mujer fue más grande que Juan el Bautista. Pero el «más pequeño» en el Reino de los cielos es más grande que Juan. La comparación hecha por el «espíritu de Al.lah» (Ruh Al.lah, es decir Jesús) es entre Juan y todos los Profetas anteriores como los administradores del Reino de los cielos. En orden cronológico el último Profeta sería el «más pequeño» de todos ellos, sería el menor, el más joven. La palabra «zira» en arameo como «saghir» en árabe, significan «menor», «pequeño», «joven». La versión Pshitta usa la palabra «zira» o «zeira» en oposición a «rabba», significando «mayor», «viejo». Cualquier cristiano admitirá que Jesús no es el «ultimo» Profeta y por lo tanto él no puede ser el «más pequeño». En La época apostólica no sólo los apóstoles fueron facultados con el don de la profecía sino que muchas otras personas santas fueron favorecidas con el mismo (Hechos 11:27, 13:1. 15:32, 21:9-10, etc.)
Y como nosotros no podemos determinar cual de estos numerosos Profetas de la iglesia era el «último», nos vemos forzados naturalmente a buscar por todas partes un Profeta que sea indiscutiblemente el último y el sello de la lista de los Profetas. ¿Podemos imaginar una evidencia más firme y más brillante en favor de Muhammad que el cumplimiento en su santa persona de esta maravillosa profecía de Jesús?
En la larga lista de la familia profética, ciertamente el «más joven», el «menor» o «más pequeño» es Muhammad. El es el Benjamín de los Profetas. Y también es su sultán, su Adón y su gloria. Negar el carácter y naturaleza apostólica y profética de la misión de Muhammad es una negación completa de toda la revelación divina y de todos los profetas que lo predijeron. Porque todos los Profetas juntos no han realizado el gigantesco trabajo que hizo solo el Profeta de la Meca en el corto período de no más de 23 años de su misión.
El misterio de la preexistencia de los espíritus de los Profetas no ha sido revelado a nosotros, pero todo verdadero musulmán cree en ello(3). Fue ese espíritu preexistente el que por el poder de la Palabra de Al.lah «Kun» {«¡sea!»), Sara, Ana y la bendecida virgen María dieron a luz a Isaac, al Bautista y a Jesús. Hay varios otros nombres registrados en el Antiguo Testamento, como por ejemplo Sansón y Jeremías.
El evangelio de Bernabé nos informa de Jesús hablando del espíritu de Muhammad, diciendo que fue creado antes que ninguna otra cosa. De aquí el testimonio del Bautista acerca del Profeta a quien el profetizó: «El que viene después de mí, es antes de mí, porque era primero que yo» (Juan 1:15).
No tiene sentido interpretar estas maravillosas palabras del Bautista acerca de Muhammad como refiriéndose a Jesús como intenta hacerlo el autor del cuarto evangelio.
Hay un notable capítulo acerca de Juan el Bautista en el famoso libro de Ernest Renán sobre «La vida de Jesús». Hace tiempo que leí cuidadosamente este libro. Si el erudito escritor francés hubiera tenido la mínima consideración por el derecho de Muhammad en el mundo de los Profetas, estoy seguro de que sus profundas investigaciones y comentarios lo habrían llevado a una conclusión totalmente distinta. El, como todos los demás disidentes y críticos bíblicos, en vez de buscar la verdad, critica adversamente la religión y conduce a sus lectores al escepticismo.
Me alegra decir que es privilegio mío, por la gracia de Al.lah, el resolver el problema, levantando la cortina del misterio que ha cubierto el verdadero sentido del «más pequeño en el Reino del cielo».
2. Juan el Bautista reconoce a Muhammad como superior y más poderoso que él. La significativa expresión dirigida a las multitudes judías, «el que viene después de mí» recordó a sus escribas, fariseos y hombres de leyes, la antigua profecía de su gran ancestro Jacob, en la que ese patriarca empleaba el título sin igual de «Shilokhah» (Shiloh, Siio) para el «Rasul Al.lah» (el mensajero de Al.lah), calificativo usado frecuentemente por Jesús para Muhammad, como se conserva en el evangelio de Bernabé. En el momento de escribir mi capítulo sobre el «Shiloh» (capítulo IV de la primera parte del libro) dije que la palabra podría ser una corrupción de «shiloukh» o «Shilokhah» (4), la cual significa «el mensajero de Al.lah pero entonces no me acordé(5) de que también San Jerónimo había comprendido la forma hebrea en ese sentido, porque la tradujo como «qui mittendís est».
Tenemos solamente un epítome o resumen de un sermón de Juan en pocas líneas escritas, no por él, sino por una mano desconocida, o por lo menos no en su idioma original, y muy enredado por los transcriptores y redactores que ya habían hecho de Jesús un ídolo o un dios. Pero cuando vamos a comparar este sermón predicado en el desierto de Judea y en las costas del Jordán con la gracia maravillosa, la elegancia, la elocuencia y la fuerza o poder tan manifiesto en cada versículo y página del Sagrado Corán, entendemos el sentido de las palabras «el es más poderoso que yo».
Cuando me represento al asceta Bautista predicando a viva voz en el desierto, o en las costas del Jordán, a la masa de judíos creyentes, con una historia teocrática de unos 400 años de antigüedad tras ellos, y luego hago una breve revisión de la manera tranquila, ordenada y digna en que Muhammad proclamó sus celestiales versículos del Corán a los paganos árabes incrédulos, y finalmente, cuando examino y observo el efecto de las dos predicaciones sobre los oyentes y el resultado final, comprendo la magnitud del contraste entre ellos y el sentido de las palabras «el es más poderoso que yo».
Cuando contemplo la captura y prisión del indefenso Bautista por Herodes Antipas (6) y su cruel decapitación —o cuando leo con cuidado el confuso pero trágico relato de la flagelación de Jesús (o Judas Iscariote) (7) por Pilatos, su coronación con una corona de espinas por Herodes y la catástrofe del calvario– y después vuelvo mis ojos sobre la entrada triunfal del gran Adón —el sultán de los Profetas— a La Meca, la total destrucción de todos los ídolos antiguos y la purificación de la Santa Ka'bah, o sobre la estremecedora escena del mortal enemigo encabezado por Abu Sufián, derrotado a los pies del Shiloah victorioso —el Mensajero de Al.lah—, rogando su clemencia y haciendo la profesión de fe, o sobre la adoración y devoción gloriosa y el sermón final del Sello de los Profetas en las solemnes palabras divinas: «Al-iauma akmal-tu lakum dinakum» («Hoy he completado para vosotros vuestra religión»— 5:3) (8), etc. comprendo entonces totalmente el valor y la importancia de la confesión del Bautista, «él es más poderoso que yo».
3. »La ira venidera». ¿Han encontrado alguna vez una interpretación sensata, juiciosa y convincente de esta frase en cualquiera de los numerosos comentarios sobre los evangelios? ¿Qué quiere decir Juan o que quiere que comprenda su audiencia por medio de la expresión «el hacha ya está puesta a la raíz de los árboles»? ¿O con su manifestación: «él tiene el aventador en la mano y limpiará su era,..»? ¿O cuando redujo a nada el título de «hijos de Abraham»?
No los detendré en los antojos de los comentaristas porque son fantasías que ni Juan ni sus oyentes han siquiera soñado. ¿Podía siquiera Juan enseñar a esos pretenciosos fariseos y a esos saduceos (9) racionalistas que negaban la resurrección del cuerpo, que el día del Juicio final Jesús vertería sobre ellos su ira y los quemaría como árboles sin frutos y como la hojarasca en el infierno? No hay una sola palabra en toda la literatura de las escrituras acerca de la resurrección de los cuerpos o acerca del fuego del infierno. Los escritos talmúdicos están llenos de material escatológico, muy similar al de los Zardushtis pero no tienen ningún origen claro en los libros canónicos.
El Profeta del arrepentimiento y de las buenas nuevas no habla acerca de la remota e indefinida cólera que ciertamente espera a los impíos e incrédulos, sino de la cercana y próxima catástrofe del pueblo judío. El amenazó con la ira de Al.lah que esperaba al pueblo si persistía en sus pecados y en el rechazo de su misión y la misión de Jesús. La calamidad venidera era la destrucción de Jerusalén y la dispersión final de Israel que tuvo lugar unos 30 años después durante la vida de muchos de sus oyentes. Tanto él como Jesús anunciaron la venida del gran Mensajero de Al.lah, a quien el patriarca Jacob había anunciado bajo el título de Shiloah, y que al advenimiento del mismo todos los privilegios reales y proféticos, así como de autoridad, serían alejados de los judíos. Y tal fue el caso en realidad unos seis siglos más tarde, cuando la última barrera en el Hiyaz (la región central de Arabia, donde se ubican la Meca y Medina) fue completamente sometida y sus principados destruidos por Muhammad. El poder dominador creciente de los romanos en Siria y Palestina estaba amenazando la cuasi autonomía de los judíos y la corriente emigratoria de éstos ya había comenzado. Y fue en relación a esto que el predicador inquinó: «¿Quien os enseñó a huir de la ira venidera?» (Mateo 3:7). Fueron advertidos y exhortados a producir, buenos frutos y cosechas por medio del arrepentimiento y la creencia en los verdaderos mensajeros de Al.lah, especialmente en Rasul Al.lah (el Mensajero de Al.lah, Muhummad), quien era el último y verdadero comandante poderoso.
4. Los judíos y los cristianos han acusado siempre a Muhammad de haber establecido la religión del Islam por la fuerza, la coerción y la espada. Los musulmanes modernistas siempre han intentado refutar este cargo. Pero esto no quiere decir que Muhammad nunca empuñó la espada. El la ha usado para preservar el Nombre de Dios. Toda paciencia tiene su límite, todo favor tiene su fin. Y no es que la paciencia o el favor de Al.lah sean finitos, sino que El tiene todo establecido, definido, fijado. La posibilidad y el tiempo concedido por Al.lah graciosamente a los judíos, a los árabes y a los gentiles duró mas de cuatro mil años. Solamente después de expirar este período es que Al.lah envía a Su amado Muhammad con el poder y la espada, con el fuego y el espíritu, para habérselas con los ruines incrédulos, con los ingratos hijos de Abraham –ismaelitas e israelitas– y con el poder de Satanás, de una vez por todas.
El Antiguo Testamento en su conjunto es un relato de teocracia e idolatría. De vez en cuando, pálidamente, brillaba en Jerusalén y la Meca una pequeña chispa de Islam, es decir, de la religión de Al.lah. Pero siempre fue perseguida por el poder de Satanás. Las cuatro bestias diabólicas habían venido y oprimido bajo sus pies al puñado de creyentes en Al.lah. Entonces llegó Muhammad para aplastar y matar a la serpiente venenosa y darle el título oprobioso de «Iblis», el Satanás «lapidado». Ciertamente Muhammad era un Profeta combatiente, pero el objeto de esa lucha era la victoria, no la venganza, la derrota del enemigo, no su exterminio y, en una palabra, el establecimiento de la religión del Islam como el Reino de Dios sobre la tierra. En realidad, cuando el pregonero en el desierto gritaba, exclamaba en voz alta: «Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas», se estaba refiriendo a la religión del Señor en la forma de un Reino, que estaba delineado para tiempos cercanos. Siete siglos antes, el profeta Isaías había exclamado y pronunciado las mismas palabras (Isaías 40:1-4) y un par de siglos más tarde Al.lah preparó el camino para Ciro ocupando todos los valles y ciñendo todo monte y montaña con el objeto de hacer fácil la conquista y rápida la marcha (Isaías 45: 1-3). La historia se repite, dicen ellos. El lenguaje y el sentido es el mismo en ambos casos, siendo el primero un prototipo del segundo. Al.lah ha facilitado el camino a Ciro, sometido sus enemigos al conquistador persa y enviado a Su pueblo elegido al cautiverio. Nuevamente estaba repitiendo la misma previsión pero ahora en una escala más grande y amplia. Frente a la prédica de Muhammad desaparecieron los ídolos y las falsedades, frente a su espada los imperios se venían abajo, y los hijos del Reino de Al.lah se hicieron iguales y formaron un «pueblo de los santos del Altísimo». Porque solamente en el Islam todos los creyentes son iguales, sin sacerdotes ni sacramentos. Sin musulmanes elevados como ceños o bajos como valles. Y sin ninguna clase o distinción de raza o rango. Todos los creyentes son iguales, excepto en virtud y piedad, en lo cual puede ser más excelso uno que otro. Es el Islam la única religión que no reconoce a ningún ser, cualquiera sea su grandeza y santidad, como mediador absoluto entre Al.lah y el hombre.
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[1] Queda claro en todo este libro que el profesor Dawud tiene, como buen musulmán, el mayor de los respetos por Jesús, la Paz sea con el, a quien el Sagrado Corán destaca como uno de los mayores Mensajeros de Dios. La «ambigüedad» a que se refiere es la que resulta de las interpolaciones, agregados y extracciones del texto del evangelio, con el objeto de sustentar doctrinas y opiniones humanas, lo que termina por convertir a estas escrituras en un galimatías por sus incoherencias y contradicciones. (Nota del Editor en español) [2] Como ya dijimos en otra nota, esta frase de Jesús coincide con la afirmación del Profeta Muhammad: «Los creyentes de mi comunidad están en la categoría da los Profetas de Israel». El Islam, fundado por La Corona y Sello de la Profecía, contiene en sí la posibilidad de los mayores grados espirituales y de conocimiento. Por eso un «creyente» (árabe mu'min), y no simplemente un musulmán (árabe muslim), de la comunidad del Islam está al menos en la categoría de cualquier Profeta de Israel, incluido Juan el Bautista, o por encima. Nótese que esto no se generaliza sino que se restringe a los creyentes, igual que hace Jesús al decir «un hijo del Reino». No puede ser hijo del Reino quien simplemente proclama su condición de musulmán (o cristiano según la interpretación católica), sino quien realmente ha alcanzado el grado de la fe. El Profesor Dawud no parece que conociera este hadiz cuando escribió su obra, ya que este le da sentido a las palabras de Jesús. (Nota del Editor en español)
[3] La preexistencia de las esencias individuales no se restringe a los Profetas. Dios enseña en el Sagrado Corán que extrajo de las entrañas de Adán, el primer hombre, a toda su descendencia hasta el día final, y le hizo testimoniar Su Señorío» como prueba primera e ineludible que desde entonces todo espíritu individual que viene al mundo porta como conocimiento do su Creador, (Cfr. 7;172) Y en 3:61 Dios nos informa que en esa misma ocasión pretemporal, antes de la manifestación de este mundo, concertó un pacto con los Profetas de que aceptarían al mensajero que vendría, de lo cual se infiere que la aparición del Sello de los Profetas, Muhammad, era conocida por todos los enviados divinos, y fue por ellos anunciada de distintas formas. (Nota del Editor en español)
[4] Los hebreos orientales y los asirios pronuncian la palabra «Shilokha» o «Shiloakh». Es muy difícil transliterar los idiomas semitas en caracteres latinos, (Debido a que se omiten las vocales breves por lo general).
[5] Es preciso recordar que este libro fue redactado por su autor como una serie de artículos aparecidos periódicamente en la «Revista Islámica», en inglés, en los años 1928 y 1929. No parece que posteriormente el autor los haya corregido para su publicación como un libro. (Nota del Editor en Español)
[6] Hay un anacronismo en el relato del martirio de Juan el Bautista respecto a la familia de Herodes el Grande en los evangelios (Mateo 14, etc.). Los lectores pueden consultar la obra «Antigüedades» de Flavio Josefo.
[7] La doctrina del Islam, apoyada en la Revelación coránica (Cfr, 4:157-158), es que Jesús no fue el que murió en la cruz sino que fue elevado por Dios a los cielos, que no ha muerto, y que descenderá reapareciendo al final de los tiempos. Por su parte las tradiciones añaden que Judas fue quien ocupó el lugar de Jesús, tomando su figura, para ser martirizado. En Tafsir Al-Qummi se cuenta de parte del Imam Muhammad Al-Baqir, con él sea la Paz, que dijo: «Jesús citó a sus seguidores la noche en que Al.lah lo elevó hacia Sí, y ellos se reunieron con él al anochecer, siendo ellos doce hombres [es decir los apóstoles]. Los hizo entrar en una casa, y luego él se les apareció desde una abertura que había en una esquina de la casa, mientras su cabeza goteaba agua. Les dijo: Al.lah me reveló que ya me elevará hacia El y me eximirá de los judíos, ¿Quién de vosotros asumirá mi figura y será crucificado y muerto estando conmigo en mi jerarquía? Contestó un joven de entre ellos: jYo,Espíritu de Al.lah!'- Respondió él: 'Tú e
res ese'... » Se interpreta que este joven fue Judas. (Nota del Editor en español) [8] Se considera que este fue el último versículo revelado del Sagrado Corán, Tuvo lugar su revelación luego del sermón de la peregrinación de la despedida, poco antes del fallecimiento del Profeta. (Nota del Editor en español)
[9] Este nombre hebreo está mal escrito como «saduceo».
Fuente: Muhammad en la Biblia
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