4.12.11

La Tragedia de Karbalâ' - Día 9



Preparado por: La Asamblea Mundial de Ahlul Bait (a.s.)
y el Instituto de Cultura y Ciencias del Islam “Al-Gadîr”.


Día 9: La Tragedia de Abûl Fadl Al-‘Abbâs,

el Abrevador de los labios sedientos




abûl Fadl al-‘Abbâs, era un joven apuesto y de estatura alta y elegante, por cuya gran belleza era llamado Qamar Banî Hâshim (“Luna de los hashemíes”). Era tan alto que al montar a caballo sus pies rozaban el suelo. A causa de la valentía y gallardía sin igual que poseía, era el portaestandarte del Imam Al-Husain (a.s.). Cuando el Imam (a.s.) preparaba para la guerra a sus escasas fuerzas, le confió el estandarte. La raíz de la valentía y bravura de Al-‘Abbâs, con él sea la paz, estaba en sus padres y abuelos; su padre fue el héroe excepcional del Islam “el León triunfante de Dios”, ‘Alî ibn Abî Tâlib (a.s.), y por parte de madre se vinculaba a los Banî Kilâb, quienes eran los más valientes de los árabes.

Las fuentes históricas acreditadas mencionan que poco antes de alcanzar el martirio, Fâtima az-Zahrâ’ (a.s.) le había encomendado a Amîr al-Mu’minîn (a.s.) que se casara nuevamente después de que ella falleciera.
Luego de que Hadrat Fâtimah (a.s.) alcanzara el martirio y ‘Alî atravesara por los amargos sucesos que tras ello tuvieron lugar, le pidió a su hermano ‘Aquîl, quien conocía las genealogías y las características de los clanes de la Península Árabe, y asimismo conocía muy bien las noticias e historia de los árabes, que eligiera para él una mujer nacida en el seno de una gran y valiente familia, de manera que pudiera darle un hijo bravo y guerrero.
‘Aquîl eligió para él a Fâtima bint Hizâm ibn Jâlid del clan de los Banî Kilâb, y le dijo: “Entre los árabes no existe nadie más valiente y combativo que sus padres”. Amîr al-Mu’minîn pidió a su padre la mano de su hija y se casó con ella. Fâtimah le dio cuatro bravos hijos llamados: Al-‘Abbâs, ‘Abdul·lâh, Ÿa‘far y ‘Uzmân. Es por ello que ella pasó a ser conocida como “Umm Al-Banîn” (“La madre de los hijos”).
Tal vez en ese tiempo nadie sabía el porqué de esa decisión, pero cuando en Karbalâ’, Al-Husain (a.s.) se quedó sin auxiliar ni compañero, y esos valientes hermanos -especialmente el portaestandarte de Karbalâ’, Abûl Fadl Al-‘Abbâs, con él sea la paz- uno por uno sacrificaron con denuedo sus vidas, quedó de manifiesto la prodigiosa previsión de ‘Alî (a.s.).
El día noveno de Muharram, Shimr ibn Dhîl Ÿaushan fue comisionado por ‘Ubaidul·lâh ibn Ziâd para que, en caso de que los comandantes del ejército desobedecieran las órdenes de atacar las tiendas de Al-Husain (a.s.), él mismo asumiera la comandancia y atacara al Imam (a.s.). Éste era del mismo clan que Umm Al-Banîn y lo vinculaba un lejano parentesco a Al-‘Abbâs y sus hermanos, por lo que tomó de ‘Ubaidul·lâh una carta de salvoconducto para, según conjeturaba, poder separarlos de Al-Husain (a.s.) y, en tanto debilitaba su posición, ¡salvar a sus parientes!
En las últimas horas del día noveno de Muharram, Shimr llegó a las cercanías de las tiendas del Imam (a.s.) y gritó: “¿A dónde están mis sobrinos?”. Al-‘Abbâs, ‘Abdul·lâh, Ÿa‘far y ‘Uzmân salieron y le dijeron: “¿Qué es lo que buscas?”. Shimr les dijo: “¡Os he traído un salvoconducto! ¡Estáis a salvo!”. Los cuatro jóvenes le respondieron: “¡La maldición sea sobre ti y sobre tu salvoconducto! ¿Acaso nosotros estaremos a salvo sin que lo esté el hijo del Mensajero de Dios?”. Y Al-‘Abbâs le gritó: “¡Que tu mano sea cortada! ¡Qué pésimo salvoconducto has traído! ¡Oh enemigo de Dios! ¿Acaso pretendes que abandonemos a nuestro hermano y señor, Al-Husain, el hijo de Fátima, y nos pongamos a las órdenes de los malditos e hijos de los malditos?”. Shimr se encolerizó y volvió al ejército de los enemigos.

La tarde de ‘Ashûrâ’…

Todos los compañeros y familia del Imam (a.s.) ya habían sido martirizados y solo quedaban Al-Husain y Al-‘Abbâs -con ambos sea la paz-. Al ver la soledad de su hermano, Al-‘Abbâs se le acercó y le dijo: “¡Hermano! ¿Acaso me das permiso para dirigirme al ÿihâd?”. El Imam lloró fuertemente y dijo: “¡Hermano! Tú eres mi portaestandarte, y si tú ya no estás la caravana se disgregará”. Al-‘Abbâs le respondió: “Siento una presión en mi pecho y ya no me importa la vida. ¡Quiero tomar venganza de estos hipócritas!”. El Imam (a.s.) le dijo: “Entonces ve a traer un poco de agua para los niños”. Al-‘Abbâs fue hacia el ejército enemigo y les aconsejó y advirtió de sus acciones, pero ello no causó efecto en sus corazones de piedra, por lo que regresó a las tiendas y le informó de lo sucedido a su hermano. En ese mismo momento, escuchó el llanto desgarrador de los niños que por la sed gritaban: “Al-‘atash, al-‘atash” (“¡(Tenemos) sed! ¡(Tenemos) sed!”). Al observar tal situación montó su caballo, cogió una lanza y un odre y se dirigió hacia el Éufrates mientras recitaba los siguientes versos:
No temo a la muerte cuando ésta clama
Hasta verme sumido bajo el embate de los audaces.
¡Sacrifico mi alma en salvaguarda
de la pura alma del Profeta elegido!
Por cierto que soy Al-‘Abbâs y me dispongo a abrevar
Y no temo al mal del día del enfrentamiento.



Cuatro mil hombres le rodearon y le lanzaron flechas para impedirle llegar hasta el agua, pero el bravo de los hashemíes logró llegar hasta el río. Después de varias horas de estar sediento y soportar el combate, la sed se había apoderado de todo su ser. El agua corría bajo las patas del caballo invitando a Al-‘Abbâs a beber. Llenó las palmas de sus manos con agua y las acercó a su boca para beber, pero recordó la sed de Al-Husain (a.s.) y de su familia, por lo que vertió el agua de sus manos y llenó el odre; se lo colocó en su hombro derecho y fustigó su cabalgadura en dirección a las tiendas.
Para que ni siquiera esos cuantos sorbos de agua llegaran al paladar de los niños del Mensajero de Dios (s.a.w.), el ejército enemigo le cerró el camino atacándole desde todas direcciones. Al-‘Abbâs les combatió hasta que uno de los soldados le cortó la mano derecha con la espada.
Al-‘Abbâs resistió y colgó el odre en su hombro izquierdo y a su vez tomó la espada con la mano izquierda y siguió su camino en medio del enemigo, hasta que de repente, un filo golpeó su mano izquierda y también la cortó.

Al-‘Abbâs no se desesperanzó y tomó el odre con sus dientes para hacerlo llegar a las tiendas, pero otra flecha rajó el odre y el agua se derramó en la ardiente tierra de Karbalâ’. Aquí fue cuando Al-‘Abbâs perdió toda esperanza.

Inmediatamente, una flecha le penetró el pecho y le arrojó del caballo, terminando la tarea y dejando a Al-Husain (a.s.) sin su portaestandarte.
Finalmente, uno de los soldados del ejército enemigo atacó el cuerpo malherido de Al-‘Abbâs con una barra de hierro, partiéndole el cráneo. La cabeza de Al-‘Abbâs –así como sucedió con la de su padre ‘Alî, con él sea la paz- se partió. Al-‘Abbâs cayó al suelo mientras clamaba: “¡Oh Abâ ‘Abdil·lâh (Al-Husain)! ¡Oh hermano! ¡Que la paz sea contigo!”.
El Imam (a.s.) llegó hasta donde se encontraba el cuerpo sin manos de su hermano, y al verle martirizado exclamó: “¡Ahora se ha quebrado mi espalda y se me han terminado los recursos!”…
«¿Acaso no es así que la maldición de Dios recae sobre la gente opresora?»…
«Y pronto sabrán aquéllos que tiranizaron a qué destino se dirigen».

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