Preparado por: La Asamblea Mundial de Ahlul Bait (a.s.)
y el Instituto de Cultura y Ciencias del Islam “Al-Gadîr”.
Día 10: La Tragedia del Imam Al-Husain (a.s.)
era la tarde del día de ‘Ashûrâ’.
La tierra de Karbalâ’ se encontraba repleta de lanzas, espadas y
cadáveres. Ya no quedaba nada del pequeño ejército de la Verdad, pero
aún así, en el ejército de Satanás decenas de miles de lobos hambrientos
seguían esperando a su presa.
Al-Husain ya no tenía a nadie. Habîb, Zuhair, Barîr, Hurr
y los demás compañeros, habían sido martirizados. ‘Alî Akbar, Qâsim,
Ÿa‘far y el resto de los jóvenes hashemíes -incluido el pequeño ‘Alî Asgar
con sus seis meses de edad- también habían sido sacrificados en el
camino del Islam. Al-‘Abbâs, sin cabeza ni manos, y lejos de las
tiendas, ya había partido al encuentro de su Creador.
Al-Husain (a.s.)
observaba a uno y otro lado... En toda esa extensa planicie no había ni
siquiera una persona que defendiera a la familia y santidad del
Mensajero de Dios (s.a.w.)…
El Imam (a.s.) ingresó a las tiendas y se despidió de las mujeres de Ahl-ul Bait.
Fue una escena desgarradora y dolorosa. Los niños y niñas rodearon al
Imam sin saber qué últimas palabras decirle. Sukaînah, la hija del Imam
(a.s.), clamaba: “¡Padre! ¿Acaso vas a morir y te preparas para
partir?”. El Imam le respondió: “¿Cómo no habrá de morir alguien que ya no tiene auxiliar ni compañero?”.
Entonces las voces se alzaron en llanto. El Imam les pidió que
hicieran silencio y les dio unas recomendaciones. Luego entregó los
depósitos del Imamato y los legados de los profetas a su hijo ‘Alî Zain Al-‘Âbidîn (a.s.), quien se encontraba sumamente enfermo, y seguidamente partió hacia el campo de batalla.
A pesar de encontrarse sólo y
sediento, el Imam (a.s.) combatió heroicamente contra miles de
soldados del enemigo. A veces dirigía su ataque al ala derecha del
ejército y decía:
La muerte es mejor que vivir en la ignominia
Y la ignominia es preferible a ingresar en el Infierno.
Luego arremetía contra el ala izquierda y decía:
Yo soy Husain, el hijo de ‘Alî,
¡Me he jurado no rendirme!,
Defiendo a la familia de mi padre,
Marcho en la vía del Profeta.
Uno de los kufíes
relataría: “Nunca había visto a alguien siendo atacado por un número tan
elevado de enemigos -y cuyos hijos y compañeros hubieran sido muertos-
ser tan valiente y osado. Los hombres del ejército le acometían, pero él
les atacaba con su espada, y éstos se dispersaban y enmarañaban cual
rebaño de ovejas sobre el que arremete un feroz león, para luego él
volver a su posición y decir: “¡No hay poder ni fuerza más que en Dios, el Altísimo, el Majestuoso!”.
En las fuentes históricas se transmitió que el Imam (a.s.) mató alrededor de 2000 hombres del ejército de Iazîd,
hasta que ‘Umar ibn Sa‘d gritó a sus soldados: “¡Ay de vosotros! ¿Acaso
sabéis a quién estáis combatiendo? ¡Éste es el hijo de ‘Alî! ¡El hijo
del que mató a los campeones de los árabes! ¡Atacadle en grupos y desde
todos los flancos!”. Y ordenó a 4000 arqueros que dispararan al Imam
(a.s.) desde todas direcciones. Incluso había unos cuantos que le
lanzaban piedras.
En algunas
narraciones se menciona que por la cantidad de las flechas que le
atravesaron, el cuerpo del oprimido Imam parecía estar cubierto de
espinas, de manera que después de su martirio se llegó a contar más de
1000 heridas sobre su cuerpo, de las cuales solo 32 no eran de flechas.
El Imam (a.s.), malherido y
exhausto, se detuvo unos momentos para procurarse un respiro. Fue en ese
momento que uno de los enemigos le lanzó una piedra que le asestó en la
frente, empapándole la sangre el rostro. El Imam quiso limpiarse esa
sangre, cuando de repente, una flecha envenenada de tres puntas le
perforó el pecho. El Imam dijo: “¡En el Nombre de Dios. Por Dios. Y en la religión del Mensajero de Dios!”, y elevó su rostro al cielo diciendo: “¡Dios
mío! Tú sabes que esta gente está matando a un hombre que, fuera de él,
no hay otro hijo del Mensajero de Dios sobre la Tierra”. Entonces
cogió la flecha y se la quitó, comenzando a fluir la sangre raudamente.
Seguidamente, el Imam llenó su mano con esa sangre y la dispersó hacia
el cielo. Los presentes dirían que ni una gota de esa sangre volvió al
suelo y que a partir de ese momento el cielo de Karbalâ’ se tornó
rojizo. Luego otra vez llenó su mano con esa sangre y empapó su cara y
barba con la misma, y dijo: “Me encontraré con mi abuelo el Mensajero de Dios teñido de esta manera y me quejaré de esta gente ante él”.
Algunos soldados
enemigos rodearon al Imam y uno de ellos le asestó un golpe con la
espada, lo que provocó que su casco se hendiera y el filo alcanzara su
cabeza, brotando su sangre.
Luego Shimr ibn Dhil Ÿaushan,
junto con algunos soldados, arremetió contra las tiendas. Shimr quiso
incendiar las tiendas. El Imam (a.s.) volteó la cabeza y al observar esa
escena, clamó gritando su histórica frase: “¡Ay de vosotros! ¡Si es
que no tenéis religión y no teméis el Día de la Resurrección, por lo
menos sed libres en este mundo y mostrad hombría de bien!”. Inmediatamente después dirigió sus palabras hacia el comandante del ejército de Iazîd, gritándole: “¡Protege a mi familia de las manos de tus impertinentes e insensatos hombres!”.
Shabaz fue hasta donde se encontraba Shimr y le advirtió con vehemencia
respecto a lo que hacía. Shimr, con vergüenza, ordenó a sus hombres que
se alejaran de las mujeres y los niños y se dirigieran donde se
encontraba Al-Husain, quien había demostrado ser un gran contrincante y un hombre digno.
Fue en ese momento que el adolescente e inmaduro ‘Abdul·lâh, el hijo del Imam Hasan
Al-Muÿtabâ, salió de las tiendas para defender a su tío, pero él
también terminó alcanzando el martirio de una manera desgarradora (lo
cual ya mencionamos en el quinto día).
El ejército enemigo se acercó
al Imam (a.s.) -quien ya no tenía fuerzas por la intensidad de las
heridas y la extenuación infringida por la sed- estrechando cada vez más
y más el cerco a su alrededor.
Zar‘ah
ibn Sharîk se acercó al Imam y le asestó un golpe de espada en su mano
izquierda. Luego otro soldado le asestó otro golpe desde atrás,
ingresando el filo en el hombro del Imam (a.s.), quien cayó de bruces al
suelo por la fuerza del mismo.
Estos dos malditos
retrocedieron en tanto que el Imam, desfalleciente, una y otra vez se
erguía con esfuerzo, pero otra vez se desplomaba…
Sinân ibn Anas atacó al Imam y
le clavó una lanza por la espalda tan fuertemente que la punta de la
misma salió por su pecho. El Imam había caído en el foso de la muerte… y
pronunció su última letanía dirigida a su Señor. Cuanto más pasaba el
tiempo lucía más bello y con mejor semblante… Uno de los narradores
escribió: “¡Juro por Dios! Nunca vi a ningún moribundo empapado en
sangre, tan bello y con un rostro tan luminoso como Al-Husain. Nosotros habíamos ido a matarle, pero sus facciones y la belleza de su aspecto, nos hacía olvidar la idea”.
Los ejecutores, cual lobos
hambrientos, hicieron un cerco alrededor del Imam (a.s.) para, según se
figuraban, terminar con él y degollar la verdad para siempre.
Al no escuchar más la voz del Imam gritando los takbîr o engrandecimientos a Dios, Zainab -con ella sea la paz- corrió fuera de la tienda en tanto clamaba: “¡Oh
hermano! ¡Oh mi señor! ¡Oh Gente de la Casa! ¡Ojala el cielo cayera
sobre la tierra! ¡Ojala las montañas se hicieran polvo y se
dispersaran!...”, hasta que alcanzó a subir una loma desde la que pudo observar el campo de batalla y presenciar esa escena desgarradora.
Al ver a esos lobos que se habían reunido allí para matar al Imam, Zainab le gritó a ‘Umar ibn Sa‘d: “¡Ay de ti ‘Umar! ¿Acaso matan a Abâ ‘Abdul·lâh y tú sólo observas?”. Corrieron unas lágrimas por las mejillas de ‘Umar ibn Sa‘d pero no le respondió, sino que volteó su rostro. Ella (a.s.) clamó: “¡Ay de vosotros! ¿Acaso no hay un musulmán entre vosotros?”, pero nadie respondió.
Shimr le gritó a sus secuaces:
“¿Por qué dejáis esperando a este hombre?”, procurando que alguno de
ellos terminara la tarea. Jaûlî ibn Iazîd desmontó presuroso del
caballo para cortar la bendita cabeza del Imam, pero al acercarse a él
empezó a temblar y no pudo hacerlo. Shimr le dijo: “¡Que tus brazos
queden incapaces! ¿Por qué tiemblas?”. Entonces él mismo tomó un
cuchillo y junto con Sinân se acercó para cortar la cabeza del Imam
(a.s.)…
«¿Acaso no es así que la maldición de Dios recae sobre la gente opresora?»…
«Y pronto sabrán aquéllos que tiranizaron a qué destino se dirigen».
No hay comentarios:
Publicar un comentario