7.7.11

El Hiyab (primera parte)



Por: Zohre Rabbani

Con la colaboración de: Sumeia Younes


El significado lingüístico del vocablo Hiÿâb:
La palabra hiÿâb es un vocablo árabe que posee varios significados, como “cubierta”, “un medio de cubrir”, “velo y cortina”, “impedir”[i].


El significado etimológico del vocablo Hiÿâb:

El significado etimológico de este término está en conformidad con su significado lingüístico y quiere decir: “cubrir el cuerpo”. Dice Aiatul·lah Mutahhari: “El uso de la palabra hiÿâb en cuanto a la vestimenta de la mujer, es una expresión prácticamente nueva. En terminología de los jurisconsultos se utilizaba el término “satr”. Hubiese sido mujer que no hubiese cambiado ya que el uso común del vocablo hiÿâb es “cortina” y esto ha causado que muchos, en especial un grupo de orientalistas, supusiese que el Islam ha querido que la mujer esté siempre detrás de una cortina, encarcelada en su casa, y que no saliese de la misma, mientras que no es así”[ii].
Pero, dejando de lado el significado lingüístico, hoy en día es famoso el significado del hiÿâb aludiendo al “velo o cubierta de la mujer musulmana”. Naturalmente este mismo vocablo en la acepción de los místicos tiene otro significado.
En su traducción al idioma castellano generalmente se usa el vocablo “velo”. Nosotros en esta investigación utilizaremos la expresión “vestimenta islámica” o el propio término hiÿâb.


La posición del hiÿâb en la naturaleza innata del ser humano:
Sin dudas, uno de los privilegios que posee el ser humano en comparación con otros seres es la capacidad para confeccionar una vestimenta adecuada para su cuerpo, puesto que, por un lado el hombre no tiene ningún medio natural para cubrirse, y por otro y puesto que entraña una conveniencia, existe una permanente atracción sexual entre el hombre y la mujer, lo cual no se limita a un período específico de tiempo -a diferencia de lo que ocurre con los animales. Además, el ser humano, en especial el hombre, desde el punto de vista psicológico, no es como algunos animales que teniendo una pareja ya no sienten ningún deseo por relacionarse con otro animal del sexo opuesto. Por lo tanto, el Señor del Universo ha dispuesto en la naturaleza del hombre la tendencia y deseo a cubrirse –especialmente en cuanto a las partes pudendas-, a fin de que los instintos pasionales sean utilizados solo en su correcto rumbo sin que se produzcan los factores de la corrupción y decadencia en el ser humano.

La vestimenta, un regalo divino:

Indudablemente, en concordancia con las características psíquicas y físicas del hombre, la creación de ropas y vestimentas y el vuelco natural hacia ellas se considera una de las gracias y regalos divinos.
Dice el Generoso Corán en cuanto a la creación de la vestidura:

«¡Oh, hijos de Adán! Hemos hecho bajar para vosotros una vestidura para cubrir vuestra desnudez y para ornato. Pero la vestidura del temor de Al·lah, ésa es mejor. Ese es uno de los signos de Al·lah. Quizás, así, se dejen amonestar»[iii].

Algunos exegetas han interpretado “el descenso de la vestidura” como que Dios, por medio de hacer descender la lluvia, hace crecer plantas de algodón de la tierra y cría los ganados a fin de que los seres humanos confeccionen sus vestimentas con su algodón, lana y pieles, y de esa manera, por un lado se cubran a sí mismos, y por otro lado se engalanen. Naturalmente este tipo de vestiduras solo cubren el cuerpo de la persona, y eso no es suficiente. Lo que otorga valor real al espíritu humano es la vestidura de la piedad, vestidura que adorna el espíritu del ser humano.

La desnudez, la trampa de Shaitân:

El Corán presenta a la desnudez como una trampa que Satanás tiende en el camino del hombre, la considera contraria a la naturaleza de los seres humanos y les advierte que no se precipiten en dicha trampa:

«¡Oh, hijos de Adán! ¡Que Satanás no os seduzca, como sedujo a vuestros padres en el Paraíso y les hizo salir de él despojándoles de sus vestiduras para mostrarles su desnudez! Por cierto que él y sus fautores os acechan desde donde vosotros no les veis. Sin duda que hemos designado a los demonios protectores de los incrédulos»[iv].

Lamentablemente, muchos, a lo largo de la historia, se han precipitado en la trampa de Satán, y la cultura occidental, más que cualquier otra, acogió esta trampa satánica para desnudarse y exhibirse.

La historia de Adán y Eva es una clara prueba de que el hiÿâb es una cuestión innata en la naturaleza del ser humano:

Reflexionar en la historia de Adán y Eva –que la paz sea con ambos- corrobora el hecho de que cubrirse es una cuestión innata en el ser humano. Leemos en la Torá: “Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella. Entonces fueron abiertos los ojos de ambos, y conocieron que estaban desnudos; entonces cosieron hojas de higuera, y se hicieron delantales. Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto…”
“Y llamó Adán el nombre de su mujer, Eva, por cuanto ella era madre de todos los vivientes. Y Jehová Dios hizo al hombre y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.” (Génesis 3, 6-8 y 20-21)
Según este texto Adán y Eva no tenían vestiduras y recién luego de comer del árbol prohibido se les abrió los ojos y entendieron que estaban desnudos, e inmediatamente se cubrieron con hojas de los árboles, otorgándoles Dios una vestimenta de piel.
Respecto a la historia de Adán y Eva leemos en el Corán:

«Y, con engaños, les sedujo. Mas cuando hubieron gustado ambos del árbol, se les reveló su desnudez, y comenzaron a cubrirse con hojas del Paraíso. Entonces, su Señor les llamó: “¿No os había vedado este árbol y no os había dicho que Satán era vuestro enemigo declarado?”» [v].

Según las benditas aleyas del Sagrado Corán, Adán y Eva antes de probar del árbol prohibido ya tenían vestiduras, pero al comer de dicho árbol, por efecto de la tentación de Satanás, perdieron su vestimenta.
Sea como fuere, de acuerdo a las dos transmisiones, tras sentir la desnudez, inmediatamente se cubrieron con hojas de árboles del Paraíso.
Este sentimiento de vergüenza ante la desnudez, incluso sin la presencia de un observador extraño, y su esfuerzo por cubrirse, desde que sucedió sin una previa instrucción u orden por parte de Dios o del Ángel de la revelación, nos da a entender la condición de innata de la vestimenta en el ser humano y corrobora que esta necesidad de cubrirse no surgió gradualmente a raíz de la civilización sino que los primeros seres humanos tendieron a ella en forma natural e innata.
Según una tradición del Profeta (BP): “Luego del descenso de Adán a la tierra Dios ordenó sacrificar uno de los ocho corderos que Dios les había otorgado y confeccionar ropa con su lana”.
El envío de algún medio para confeccionar las vestiduras fue como una respuesta a la tendencia interna del ser humano. Los testimonios de los biólogos y sicólogos también corroboran este tema.

Otra prueba para la condición de innata del hiÿâb:
Testimonio histórico:
Quienes analizaron la vida del ser humano y su evolución creen que éste, desde su surgimiento, ha intentado preparar para sí una vestimenta adecuada. Esta vestimenta comenzó con las hojas de los árboles y paulatinamente se perfeccionó.

El hiÿâb en la cultura de los pueblos e ideologías del mundo:

De acuerdo al testimonio de los textos históricos, en la mayoría de los pueblos y credos del mundo el uso del hiÿâb era común entre las mujeres, y jamás desapareció aunque a veces ha sufrido altibajos[vi].
Los historiadores mencionan muy poco a los pueblos primitivos en los que sus mujeres no tenían hiÿâb. Son tan ínfimos que al momento de comparar no merecen ser mencionados, por lo tanto podemos afirmar que la generalización del uso del hiÿâb en los diferentes pueblos con diferentes creencias, religiones y condiciones geográficas, indica que la tendencia hacia el hiÿâb es algo natural, pudiéndose alegar que en los pocos pueblos primitivos en los cuales era usual la desnudez, fue la existencia de algunos obstáculos lo que impidió el florecimiento de sus capacidades naturales e innatas.
La mayoría de los historiadores e investigadores han hecho referencia a la expansión del uso del hiÿâb entre las mujeres.
Leemos en la Enciclopedia Larousse: “Las mujeres griegas en épocas pasadas cubrían sus rostros y sus cuerpos hasta encima de los pies. Las mujeres fenicias utilizaban unos hiÿâb de color rojo”.
El tema del hiÿâb se observa en las palabras de los más antiguos escritores griegos. Agrega Larousse: “El hiÿâb existió entre las mujeres de Siberia y los habitantes de Asia Menor y entre las mujeres de la ciudad de Mad (persas y árabes). Las romanas usaban un hiÿâb más estricto.”[vii]
En su libro, Will Durant, habla de un hiÿâb estricto que existía entre las mujeres de la Nueva Bretaña y la isla de Borneo[viii].
El filósofo occidental Bertrand Russell, en su libro “Matrimonio y Moral” [ix], habla de un hiÿâb estricto que usaban las mujeres.

La vestimenta nacional de los países, un argumento claro para la existencia del hiÿâb en dichas sociedades:
Si observamos la vestimenta nacional de los países del mundo veremos claramente el hiÿâb como vestimenta de la mujer. El modelo de tales vestimentas confirma que el hiÿâb era usual en medio de la mayoría de los pueblos del mundo y no era peculiar de alguna religión o pueblo especifico.
Echar un vistazo al los escritos de Brown Washnaider en su libro titulado “La vestimenta de los diferentes pueblos” en el que presenta en forma ilustrada la vestimentas de los diferentes pueblos desde la antigüedad hasta el siglo XX, demuestra que antiguamente entre los judíos, cristianos, árabes, griegos, romanos, germanos, pueblos del Cercano Oriente, etc., se acataba en forma perfecta la vestimenta de la mujer y todas ellas cubrían sus cabellos. Él señala: “Desde la segunda mitad del siglo XVIII en Europa se comenzó a observar una disminución gradual del hiÿâb. No obstante, incluso hasta finales del siglo XIX la vestimenta regional de la gran mayoría de las europeas era cubrir sus cabellos junto a un largo vestido”.[x]
Teniendo en cuenta lo dicho, ¿acaso debemos argumentar respecto a por qué existe el hiÿâb, o por el contrario, debemos preguntar por qué se perdió el hiÿâb? En realidad debemos investigar qué sucedió que el ser humano, cuyo pudor y vestimenta son parte de su naturaleza, se precipitó a la situación actual de corrupción y a un cierto grado de desnudez. Si queremos responder en una sola frase, debemos decir que la raíz de esto se encuentra en el humanismo y secularismo, es decir, la separación de la religión y las creencias religiosas de la escena de la vida del ser humano.

La opinión de los biólogos y los psicólogos corroborando la condición innata del hiÿâb:
A través de un breve análisis de las palabras de algunos de los biólogos y psicólogos llegamos a la conclusión de que la raíz del hiÿâb se encuentra en el “pudor” y la “dignidad” y algunos psicólogos presentaron como la raíz del pudor y hiÿâb de las mujeres una decisión inteligente “natural” de la mujer con el fin de incrementar su valorización y atracción hacia sí. Esta opinión de alguna forma argumenta delicadamente la condición innata del hiÿâb.
Un investigador musulmán en su libro titulado “Temperamento de las Mujeres” transmite un dicho de Schopenhauer: “El pudor de la mujer se basa en un pacto secreto entre las mujeres con el fin de aumentar su valía y obligar al hombre a acercarse a ellas”[xi]. El vocablo “pacto secreto” también hace referencia a la condición innata del hiÿâb.

La opinión del Profesor Mutahhari como un investigador y sabio musulmán:

El Profesor Mutahhari, en su libro “La Cuestión del Hiÿâb”, fusionando las dos hipótesis mencionadas, plantea una hipótesis más completa. Dice: “Se habla generalmente respecto a la raíz de la ética sexual como el pudor, la castidad, y también el deseo de la mujer de cubrirse a sí misma frente al hombre, y aquí se expusieron unas opiniones, la más exacta de las cuales es que el pudor, la castidad y el cubrirse, son una medida que utiliza la misma mujer para proteger su valor y cuidar de su posición ante los hombres. La mujer, por medio de su inteligencia innata y a través de un sentido especial que posee se percató de que desde el punto de vista físico no puede igualarse al hombre, y si quiere estar junto al hombre en el campo de la vida, no podrá vencer la fuerza del hombre.
Por otra parte, se percató del punto débil del hombre en esa misma necesidad que la creación estableció en el seno de los hombres, que ha dispuesto al hombre como la manifestación del hecho de amar y desear, y a la mujer como la manifestación de ser amado y deseado.
Cuando la mujer encontró su lugar y posición frente al hombre y se percató del punto débil del hombre en cuanto a ella, de la misma forma que se aferró a engalanarse y embellecerse para adueñarse del corazón del hombre, también se aferró a mantenerse alejada del alcance del hombre… a fin de elevar su posición”.
Él agrega, “Por supuesto, observamos contradicciones en las opiniones de algunos científicos occidentales en este terreno, ya que por un lado hacen referencia a la condición innata del pudor y del hiÿâb, y por otro hablan de otros factores sociales, económicos, la tendencia a embellecerse… que no vemos la necesidad de tratarlos, y la mejor respuesta a ellos es la opinión de los biólogos y sicólogos”.
La opinión de los sociólogos:

Desde que el ser humano es un ser social por naturaleza, algunos miraron a la castidad y al hiÿâb de la mujer con una mirada sociológica y los estudiaron desde este ángulo.
Algunos sociólogos han presentado al hiÿâb de la mujer como una exigencia natural de la sociedad humana. Escribe Montesquieu en el libro “El espíritu de las leyes”: “Las leyes de la naturaleza dictaminan que la mujer debe preservarse a sí misma, ya que el hombre ha sido creado con osadía y la mujer posee una fuerza de abstención mayor, por lo tanto se podría solucionar esta contradicción entre ellos a través del hiÿâb, y es sobre la base de este principio que todos los pueblos del mundo creen que las mujeres deben tener hiÿâb y pudor”[xii].
Naturalmente existen quienes, como Russell, consideran la recomendación de los moralistas y reformistas sociales como un factor para la aparición del hiÿâb con el fin de consolidar el sistema social que, por supuesto, no hay duda del hecho de que el hiÿâb lleva a consolidar las sociedades y los diferentes desarrollos, pero no se puede considerar ello como la raíz del hiÿâb[xiii].
Por otra parte, otros sociólogos dividen las relaciones del hombre y la mujer en cuatro períodos:
1. Comunismo sexual.
2. Dominio del hombre (y considera al hiÿâb como legado de este período).
3. La etapa de la revolución y objeción de la mujer y su lucha con el hombre.
4. La etapa de la igualdad de derechos que se asemeja al primer período.

El Profesor Mutahhari, respecto a esta teoría errónea dice: “Dividir las relaciones de la mujer y el hombre en cuatro períodos es una imitación equivocada de lo que mencionaron los seguidores del comunismo respecto a los períodos históricos de la vida del ser humano desde el punto de vista económico… Según mi opinión, nunca existieron tales etapas o períodos, y no hay posibilidad de que hayan existido. Ese mismo primer período que se presenta como comunismo primitivo, desde el punto de vista de la historia de la sociología no puede ser corroborado de ninguna manera. La sociología hasta ahora no ha podido obtener prueba alguna respecto al hecho de que el ser humano atravesó un período en el que no existió una vida familiar.”[xiv]

Cronología del Hiÿâb:

Hemos señalado anteriormente que en todas las épocas existió el hiÿâb, y podemos afirmar que la cronología del hiÿâb comienza en épocas de los primeros seres humanos sobre la tierra.
Will Durant, en el libro “Historia de las civilizaciones”, luego de un estudio extenso, escribe: “Teniendo en cuenta los factores mencionados y el estudio de las obras y dibujos obtenidos, la aparición del hiÿâb se remonta a épocas anteriores a las religiones, por lo tanto no es correcta la creencia de quienes alegan que la religión es la que originó el hiÿâb, pero admitimos que la religión influyó en la evolución y perfección del hiÿâb.”[xv]
Después de lo expuesto respecto a la condición natural del hiÿâb y su existencia en todas las épocas de la vida humana, ¿acaso debemos presentar pruebas para la existencia del hiÿâb o más bien debemos hacerlo para el surgimiento del fenómeno de la pérdida del hiÿâb? En realidad debemos estudiar qué sucedió que el ser humano, en quien las cualidades de pudor y castidad son parte de su naturaleza, las perdió y cayó en la circunstancia actual de corrupción y desnudez.
Así, podemos afirmar que el hiÿâb y la forma de la vestimenta de las mujeres, a lo largo de la historia, atravesó por diferentes cambios y altibajos, pero siempre existió; en cambio la cronología de la pérdida del hiÿâb en la forma actual puede remontarse a finales del siglo XIX, en que, tras el Renacimiento científico e industrial de Europa y después de la segunda guerra mundial y la revolución industrial, fue preparado el terreno necesario y estimulada y venerada la libertad de las mujeres y su abandono del hiÿâb.
Asimismo, los grandes fabricantes comenzaron extensas propagandas con el fin de aprovecharse de la fuerza de trabajo barato y la posibilidad de la presencia de las mujeres en los campos laborales, y las mujeres desinformadas también, en su gran esfuerzo por recuperar los derechos de los que habían sido privadas, originaron una enorme ola que fue denominada “Movimiento de las mujeres por la libertad”.
En realidad, desde la segunda mitad del siglo XVIII, en Europa se observan huellas de la pérdida gradual del hiÿâb, no obstante, incluso hasta finales del siglo XIX la vestimenta regional de la mayoría de los europeas, consistía en cubrir los cabellos y el uso de largas faldas (Brown Washnaider, “La vestimenta de las diferentes pueblos”).
Lamentablemente, el efecto de estas medidas paulatinamente abarcó a los países islámicos y fue utilizado como un arma eficaz para debilitar el espíritu, la moral y la decadencia de las sociedades islámicas, y los colonizadores no escatimaron esfuerzos en la divulgación de la cultura sin hiÿâb. El primer país islámico que formalmente despojó del hiÿâb a sus mujeres, fue Afganistán, a través de Amanullah Khan, el rey de dicho país. En primer lugar, mostró a su propia mujer sin hiÿâb en las ceremonias. Esto causó el levantamiento de la gente, la renuncia de Amanullah Khan, y su posterior abandono del país. El segundo país fue Turquía que luego de la caída del gobierno otomano, Atatürk, en el año 1935, emitió la orden de la prohibición del hiÿâb. Simultáneamente a estas órdenes en Turquía, comenzaron medidas y esfuerzos en Irán, tras lo cual la gente en el verano del año 1935, con el propósito de objetar, se sentaron en protesta en la mezquita de Guharshad de Mash·had, lo que dio como resultado el ataque de las fuerzas de Reza Khan mataron e hirieron a un gran número de personas. Reza Khan, sin tener en cuenta los requerimientos de la gente, en el invierno del mismo año se presentó ante la gente junto a la reina y las princesas quienes no llevaban hiÿâb. Luego de ello dio la orden de prohibición del hiÿâb, pero por gracia de Dios, a excepción de pocas mujeres desinformadas, el hiÿâb fue preservado en todo el país[xvi].
Afortunadamente, con el triunfo de la Revolución Islámica bajo el liderazgo de Imam Jomeini, las mujeres, con un profundo conocimiento, protegieron su hiÿâb islámico y demostraron al mundo el valor de la mujer bajo la bandera del hiÿâb. Ahora mismo, en diferentes partes del orbe observamos muchísimas mujeres, que conociendo el gran valor del hiÿâb, se volcaron hacia el mismo y soportan con contento los diferentes inconvenientes que les ocasionan las sociedades laicas (como Turquía y Francia).
Hoy en día la estrategia de la arrogancia mundial para contrariar a la Revolución Islámica de Irán y su impresión en otras sociedades del mundo consiste en la divulgación de la corrupción y el abandono del hiÿâb entre las mujeres de las sociedades islámicas, y debemos actuar con inteligencia en nuestra lucha.




EL HIYAB EN LAS LEGISLACIONES DIVINAS

Conocer al ser humano y sus dimensiones existenciales es el tópico de las extensas investigaciones que se siguen fervorosamente. Las diferentes ramas de las ciencias como la biología, psicología, sociología, historia, etc., cada una han mirado al hombre con su visión particular, llegando a una serie de conclusiones, pero aún han quedado sin respuesta miles de preguntas en cuanto al ser humano. El Dr. Alexis Carrel confiesa esta incapacidad de estudios eligiendo para su libro el título: “La incógnita del hombre”. Por lo tanto, cuanto más progresa la ciencia, ésta se percata más de su incapacidad frente al estudio y conocimiento del ser humano.
Por lo tanto, para conocer perfectamente al ser humano y el camino de su felicidad, queda el camino de volcarse hacia el Señor del Universo y el Creador del ser humano a fin de conocer al hombre desde la visión de la escuela de la Revelación y seguir sus programas como un plan de vida. Los mandatos y las órdenes de la escuela de la Revelación que de parte de su Creador, por medio del Profeta, se ofrecieron a la humanidad, teniendo en cuenta los diferentes aspectos del hombre, son para responder a sus necesidades naturales e innatas y concuerdan con la evolución perfeccionista del hombre en el rumbo de exaltar los valores humanos, y orienta sus diferentes capacidades.
En otras palabras, el Mismo Dios que lo creó como una gran obra maestra de la Creación, legisló también leyes y disposiciones que envió a través de sus Mensajeros, para su desarrollo en vías de la perfección, el conjunto de todo lo cual se conoce como “religión”. Meditando en los preceptos de la religión comprendemos la avenencia y relación estrecha entre la naturaleza primigenia y las leyes religiosas. Por lo tanto se puede decir que la guía intrínseca en la naturaleza humana instiga al hombre a seguir las leyes y preceptos de la religión, de la misma manera que las leyes religiosas nos incitan a seguir la guía innata.
El Sagrado Corán, en la aleya 30 de la Sura Ar-Rum, dice: «Profesa la religión como monoteísta según la naturaleza primigenia que que Al·lah ha puesto en los hombres. No cabe alteración en la creación de Al·lah. Esa es la religión verdadera pero la mayoría de los hombres no saben».
La necesidad de cubrirse de la mujer es uno de los asuntos hacia lo cual tanto el intelecto como el corazón o la naturaleza innata convocan a las mujeres. Así, hemos llegado a la conclusión de la condición innata del hiÿâb, y dado que los mandatos divinos están en concordancia con los mandatos innatos podemos llegar a la siguiente conclusión: Todas las religiones divinas consideran necesario el hiÿâb de la mujer e invitan a la sociedad humana a acatarlo. En otras palabras, la necesidad de cubrirse es innata, todas las órdenes de las religiones divinas concuerdan con la fitrah o naturaleza primigenia, entonces, todas las religiones divinas invitan hacia el hiÿâb.
Al analizar las diferentes religiones, tales como el Cristianismo, Judaísmo y el Islam, vemos que en ellas el hiÿâb fue un asunto necesario. Las ceremonias y rituales y la práctica de los seguidores de estas religiosas es nuestro mejor testigo para nuestras palabras.
Al·lamah Naqadi, en el libro “La posición de la mujer en las comunidades pre-islámicas”, escribe: “Las más famosas comunidades anteriores al Islam, las constituían los zoroastrianos, los brahmanes, los budistas, los judíos, los cristianos, y la comunidad árabe. En todas ellas el hiÿâb de las mujeres era común y practicado”, tras lo cual desarrolla este tema[xvii].

El Hiÿâb en la legislación judía:

Aunque es posible que con las diferentes circunstancias y factores, con el paso del tiempo el hiÿâb deje efecto en la práctica y modalidades de un credo, y lo cambie o altere su forma, al mismo tiempo, una continua práctica de los adeptos de un credo puede ser el mejor testigo para la existencia de cierto principio práctico de tal religión.
La generalidad del hiÿâb en medio de las mujeres judías no es algo que alguien pueda negar o poner en duda. La generalidad del hiÿâb entre las judías es tan famosa y documentada que muchos historiadores e intelectuales consideraron el uso del hiÿâb entre los pueblos relacionados con los judíos, como el efecto de la propagación de la cultura del pueblo judío.
Los historiadores aclaran: “En Irán y entre los judíos y pueblos que imitaban las ideas judías, el hiÿâb se encontraba en una medida más intensa de lo que el Islam requería. En estos pueblos también se cubrían el rostro y las manos. Incluso en algunos de estos pueblos no se hablaba de cubrir a la mujer, sino de ocultarla, y esta idea se había convertido en una costumbre dificultosa.”[xviii]
Escribe Will Durant: “A lo largo de los siglos medievales los judíos engalanaban a sus mujeres con ropajes elegantes, pero no les permitían presentarse ante la gente con el cabello descubierto. Mostrar el cabello conformaba una falta tal que, aquella que la cometía, merecía ser divorciada.”[xix]
Él, al describir a las mujeres judías dice: “Su vida matrimonial, a pesar de la existencia de la poligamia, de una forma muy admirable, estaba repleta de pureza y castidad. Sus mujeres eran señoritas con hiÿâb, esposas activas, madres engendradoras (de muchos hijos) y fieles, y puesto que se casaban muy pronto, la corrupción estaba disminuida a lo mínimo”.
En muchos lugares de la Torá y el Talmud, de una forma explícita y clara ha sido expuesta la obligación de cubrirse el cabello ante los hombres no íntimos y afuera de la casa, incluso para cruzar por un camino particular que une dos casas. También se expone la prohibición de parecerse la mujer al hombre y viceversa en la forma de vestir, la prohibición de tener contactos físicos y mezclarse con mujeres no íntimas, el impedimento de sostener una conversación en voz alta aunque sea entre esposos, y caminar de una manera que se escuchen los sonidos de los adornos que llevaban en sus piernas, lo cual, según ellos, ocasiona el descenso de la ira y castigo divino.
En el Talmud se legisló la fuerte pena de divorcio sin dote[xx] para aquellas que contrariaban la ley del hiÿâb.
La práctica de los judíos basada en el uso del chador, el pañuelo, y el velo que cubre el rostro que reiteradamente se observa en la Torá, la separación del lugar de adoración de las mujeres y hombres en las sinagogas, censurar las poesías compuestas en alabanza a la belleza de las mujeres, el impedimento de ir a la escuela y a los templos, y los discursos de las mujeres generalmente por detrás de una cortina… no solo expresan el uso del hiÿâb en la legislación judía, sino que demuestran una aplicación categórica e intensas leyes y prácticas de los judíos en cuanto a la forma del hiÿâb. De hecho, el hiÿâb de las mujeres en la legislación judía fue severo e intenso.

El Hiÿâb en el cristianismo:

Tal como hemos señalado anteriormente, las religiones divinas, desde el punto de vista de su concordancia con la naturaleza humana y los mandatos en general, poseen un único rumbo y método. En el Cristianismo, al igual que en el resto de las religiones divinas, el hiÿâb de las mujeres se consideraba una orden obligatoria. Jorge Zeidan, un historiador cristiano, dice: “Si el hiÿâb quiere decir “cubrir el cuerpo”, esta situación era común antes del Islam e incluso antes del advenimiento de la religión cristiana, y no se dieron cambios en la religión de Jesús, y fue común hasta finales de los siglos medievales en Europa, y aún quedan rastros de ello en la misma Europa.”[xxi]
La Biblia no solo en muchos lugares menciona la obligatoriedad del hiÿâb sino que en algunos versículos intenta purificar el interior de la tendencia a la práctica de las concupiscencias, y de esta manera, disponer la castidad interna como un apoyo sólido para el hiÿâb externo. En el Sagrado Libro de los Cristianos, vemos en forma explícita unos versículos que hablan de la necesidad de la castidad y de permanecer en casa, el engalanamiento de la mujer a través del pudor, abstenerse de adornarse con las joyas, asimismo la obligación de cubrir el cabello en especial en las ceremonias religiosas, la sobriedad y abstenerse de mirar a los no-íntimos, todo lo cual es explicatorio de la forma del hiÿâb que era obligatorio desde el punto de vista de la religión.
Los mandatos religiosos de los Papas y Cardenales en base al completo acatamiento del hiÿâb, permanecer en las casas, la obligación de cubrirse el rostro, y abstenerse del uso de cualquier tipo de joyas como aros, oro y pulseras en los tobillos, adornarse o teñir el cabello, cambiar la voz, y la obligación de alejarse de todo factor excitante y hasta de los amigos concupiscentes, delinea el rostro de los mandatos de jurisprudencia eclesiástica.
La práctica de las mujeres cristianas:

Según textos fidedignos históricos, el uso del velo sobre el rostro, la mantilla y el chador fuera de la casa y en el momento de la oración, formaba parte de los pilares de la ética cristiana. Era prohibido mezclarse con los hombres incluso en la iglesia y adornarse era ilícito aunque fuese bajo los velos. Los libros ilustrados de la vestimenta de los diferentes pueblos, asimismo los que se refieren a la vestimenta de los cristianos y armenios -impresos en Irán- también demuestran la elevada posición que gozaba el hiÿâb entre ellos.
Will Durant, que generalmente trata de hacer hincapié en los puntos negativos del hiÿâb en las mujeres, habla extensamente en cuanto a la práctica de las mujeres cristinas. En una parte escribe: “Las mujeres eran aceptadas en las ceremonias religiosas y tenían cabida en papeles secundarios. Al presentarse en la iglesia no podían hacerlo más que con el chador, ya que se consideraban atractivos sus cabellos e incluso los ángeles podían ser distraídos al verlas en el momento de la ceremonia de la oración… Las mujeres en la iglesia debían estar calladas, si es que necesitaban algo debían pedírselo a sus esposos en las casas, ya que no era adecuado que una mujer hablara en la iglesia…” Escribe en cuanto a la vida de las mujeres en Atenas, centro del Cristianismo: “Las mujeres solo podían encontrarse con sus familiares y amigos en las fiestas y teatros si se presentaban con un completo hiÿâb. En otras instancias debían permanecer en casa y no permitir que nadie les mire ni a través de las ventanas. Pasaban la mayor parte de sus vidas en un cuarto en el fondo de su casa, y ningún hombre tenía el derecho de entrar allí, y las mujeres debían abstenerse de aparecer cuando sus esposos tenían visitas.”[xxii]
Todo esto demuestra la existencia del hiÿâb y un esfuerzo para proteger a la sociedad cristiana de la mezcolanza entre el hombre y la mujer.

[i] Lisân-ul ‘Arab, t.1, p. 2. Al-Hiÿâb wal Sufur, Al·lâmah Naqadi, p. 21.
[ii] La Cuestión del Hiÿâb, p. 62. Tafsîr Nemûne, T. 17, p. 402.
[iii] Sura Al-A‘râf, 7: 26.
[iv] Sura Al-A‘râf, 7: 27.
[v] Sura Al-A‘râf, 7: 22.
[vi] Nidzâm-ud Dîn Muÿir Shaibanî, “La Historia de las Civilizaciones”, p. 43.
[vii] Transmitido en la Enciclopedia de Farid Waÿdî, t.3, p. 335.
[viii] Historia de las Civilizaciones, t.1, p. 72 (traducción al persa).
[ix] Matrimonio y Moral, p. 134 (traducción al persa).
[x] Referirse a: Brown Washnaider: “La Vestimenta de los diferentes Pueblos” (Traducción de Iûsuf Keivan Shukuhî, Teheran 1361).
[xi] Huseini Nayafi “Temperamento de las Mujeres”, p. 116.
[xii] Citado del libro “La mujer en el espejo de la historia”, de Ali Akbar Alwiqi, p. 115.
[xiii] Referirse a “El Matrimonio y la Moral”, de Bertrand Russell, traducción de Ibrahim Iunes, p. 60.
[xiv] La Cuestión del Hiÿâb, Mártir Mutahhari, p. 39.
[xv] Will Durant, “Historia de las Civilizaciones”, traducción de Ali Akbar Alwiqi, p. 116.
[xvi] Referirse a: “La historia de 20 años”, de Husein Makki, T. 6, pp. 252-258 y 265-407.
[xvii] Citado de Hashemi Neyat, “al-mar’atu raihanah”, p. 126.
[xviii] Abûl Qasim Eshtehardi.
[xix] Will Durant, “La Historia de las Civilizaciones”, t. 12, p. 62 (traducción al persa).
[xx] En caso que no le haya dado la dote hasta ese momento.
[xxi] Jorge Zeidan, “Historia de la Civilización Islámica”, traducción de ‘Alî Yauaher Kalam, p. 942.
[xxii] Historia de las Civilizaciones, t.5, p. 91.

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