8.7.11

El Hiyab (segunda parte)




Por: Zohre Rabbani
Con la colaboración de: Sumeia Younes


El Hiÿâb en la legislación islámica:

Sin dudas, la vestimenta de la mujer ante los hombres extraños es uno de los asuntos imperiosos de la religión del Islam y no se puede dudar de su aspecto islámico. Se explicitó la obligación del hiÿâb y su forma en el Sagrado Corán y en las narraciones transmitidas del Profeta (BP) y los Imames Infalibles (P), y también en palabras de los jurisconsultos.
Como dijimos anteriormente, todas las religiones divinas consideraron obligatorio el uso del hiÿâb para las mujeres como respuesta al grito interno de la naturaleza innata del ser humano. El Islam, que es la última religión divina, y, en consecuencia, la más completa de ellas, y que descendió de parte de Dios Sapientísimo por la eternidad y para toda la humanidad, presentó a la vestidura como un regalo divino y ha obsequiado a la sociedad humana la obligación del hiÿâb a las mujeres con una moderación y disciplina adecuada, absteniéndose de los extremismos y desvíos que existían en cuanto al hiÿâb, y al momento de legislar esa norma ha tenido en cuenta su concordancia con los instintos humanos.
En el hiÿâb islámico no existen descuidos dañinos ni rigor fuera de lugar. El hiÿâb islámico a pesar de lo que propaga occidente, no es el encarcelamiento de la mujer en la casa y su alejamiento de los asuntos sociales, sino que significa que la mujer, en su relación con los hombres no-íntimos cubra su cabello y cuerpo y no se exhiba ante ellos.
Teniendo en cuenta el fogoso instinto sexual, las normas y preceptos del Islam son medidas que Dios legisló para moderar y amansar los instintos y para una correcta satisfacción de los mismos.
Dado que la tendencia y el deseo de embellecerse y exhibirse son específicos de las mujeres y no vemos antecedentes en ninguna parte del mundo sobre que fuesen los hombres quienes usen ropas livianas y maquillajes sensuales, y dado que el hecho de exhibirse engalanada y el vicio del desnudismo es especial de las mujeres, asimismo la orden del hiÿâb ha sido establecida para ellas.

La situación del Hiÿâb antes del Islam:

De entre los textos históricos se deduce que las mujeres árabes antes del Islam usaban el hiÿâb. Farid Waÿdî dice al respecto: “La Enciclopedia Larousse considera a los árabes de entre los pueblos en los que el hiÿâb se había arraigado desde la antigüedad”, y continúa: “Teniendo en cuenta que sus hombres también usaban un velo que cubrían sus rostros por encima de la nariz, la existencia del hiÿâb entre las mujeres árabes coincide más con la mente humana, pero en los últimos tiempos se comenzaron a encontrar mujeres que aparecían sin hiÿâb y maquilladas. Fue entonces que se revelaron los versículos del hiÿâb[1].
La historia de Fiÿâr y la batalla que aconteció entre Qureish y la tribu de Hawazan, corrobora nuestras palabras.
El autor de Al-‘Iqd-ul Farîd, escribe: “La segunda batalla de Fiÿâr surgió entre Qureish y Hawazan. El origen de esta discrepancia fue que un grupo de entre los jóvenes de Qureish pidió a una mujer con hiÿâb en el mercado de ‘Akkaz que descubriese su rostro, pero la mujer se negó. Uno de los jóvenes ató la parte baja de la falda de la mujer a su espalda con una espina y la mujer no se percató de ello. Una vez que se levantó, la falda se subió (y seguramente quedaron al descubierto sus partes íntimas). Los jóvenes se echaron a reír, la mujer gritando pidió por ayuda a su clan Âli ‘Amer. Se desató entre ellos una guerra sangrienta. En este suceso el gran Profeta del Islam (BP) tenía entre 10 y 15 años”[2].
Este acontecimiento demuestra la existencia del hiÿâb entre las mujeres árabes antes del Islam.

El Hiyab en el Corán:

En el Generoso Corán han sido reveladas unas aleyas muy explícitas en cuanto a la obligación del hiÿâb e incluso sus límites y forma. La más importante de ella es la aleya 31 de la Sura an-Nûr (La Luz, nº 24):

«Y di también a las creyentes que recaten sus miradas, conserven su pudor y que no muestren sus encantos (naturales) más allá de lo imprescindible; que se cubran sus pechos con sus velos y no muestren sus encantos más que a sus esposos, a sus padres, a sus suegros, a sus hijos, a sus hijastros, a sus hermanos, a sus sobrinos y sobrinas, a las mujeres (creyentes), a sus esclavas, a sus criados inocentes, a los niños que todavía no distinguen las vergüenzas de las mujeres; que no agiten sus pies para que se descubra lo que ocultan de sus encantos. ¡Oh, creyente! ¡Volveos todos a Dios a fin de que triunféis!»

Varias aleyas que se mencionan antes, es decir, desde la aleya 27 a la 30 de la Sura an-Nûr, están relacionadas con el hiÿâb, aunque en forma indirecta. Son como una introducción para plantear el tema del hiÿâb:

27. «¡Oh creyentes! No entréis en casa alguna, fuera de la vuestra, a menos que pidáis permiso y saludéis a sus moradores. Ello es preferible para vosotros; quizás así lo recordéis.»
28. «Pero si en ellas no halláis a nadie no entréis, a menos que os lo hayan permitido. Y si os dicen: “¡Retiraos!”, entonces retiraos, ello os será más disculpable, porque Dios es Sabedor de cuanto hacéis.»
29. «No seréis recriminados si entráis en edificios públicos en que tengáis alguna utilidad; porque Dios sabe tanto lo que manifestáis como lo que enseñáis.»
30. «Di a los creyentes que recaten sus miradas y conserven su pudor, porque ello es más disculpable para ellos porque Dios está bien enterado de cuanto hacen.»

Dice el mártir Mutahhari: “El significado de la primera y segunda aleya es que los creyentes no deben entrar de improviso y sin pedir permiso previo a la casa de nadie. En la tercera aleya los lugares públicos y los que no son habitables se exceptúan. Las dos aleyas siguientes (la aleya 30 y la 31 que mencionamos antes) se relacionan a las responsabilidades de la mujer y hombre en su convivencia y trato mutuo, que consta de varios puntos:
1. Todo musulmán, ya sea hombre o mujer, debe abstenerse de las miradas sugerentes hacia el sexo opuesto.
2. El musulmán, ya sea hombre o mujer debe, ser casto y cubrir sus partes pudendas ante los demás.
3. Las mujeres deben usar hiÿâb y no exhibir su maquillaje y ornamentos frente a los demás, ni intentar atraer o excitar a los hombres.
4. Se mencionaron dos excepciones para la necesidad del hiÿâb de la mujer, una de las cuales es: «…que no muestren sus encantos (naturales) más allá de lo imprescindible…», lo cual es ante los hombres en general, y otra excepción es: «…y no muestren sus encantos más que a sus esposos, a sus padres, a sus suegros, a sus hijos, a sus hijastros, a sus hermanos, a sus sobrinos y sobrinas, a las mujeres (creyentes), a sus esclavas, a sus criados inocentes, a los niños que todavía no distinguen las vergüenzas de las mujeres…». En ésta, permite la ausencia del hiÿâb frente a un grupo específico que son los esposos, hermanos, padres, hijos, etc.”[3].

Análisis de las aleyas del Hiÿâb:
Pedir permiso (esti’dhân):

Dice el mártir Mutahhari: “En las aleyas 27 a 29 de la Sura an-Nûr, las cuales son una introducción para explicar la ley del hiÿâb, se desarrolla la orden de esti‘dhân. Entre los árabes y en aquel medio ambiente en el que el Corán ha sido revelado no era normal que alguien pidiese permiso para entrar a la casa de otros. La puerta de las casas permanecían abiertas y no era costumbre pedir permiso e incluso hacerlo se consideraba un insulto hacia el que ingresaba. El Islam, a través del descenso de estas aleyas, abolió esta tradición errónea, y ordenó no entrar a casas de otros de improviso. La razón de esta orden son dos cosas:
1- El hecho de la obligación del hiÿâb de la mujer ante los hombres no íntimos.
2- Toda persona en su hogar tiene intimidades y secretos de los que no desea que los demás se informen, aunque fuesen por ejemplo dos amigos muy íntimos. Por lo tanto, la norma es general, y no depende solo de los hogares en los que vive una mujer, sino que se relaciona a todas las casas. El Enviado de Dios (BP) requirió que para pedir permiso se mencionase el Nombre de Dios, por ejemplo: “Subhânal·lâh, Al·lâh-u Akbar” (Glorificado sea Dios, Dios es el más Grande), y el hecho de que entre muchos musulmanes sea costumbre el uso de la expresión: “Iâ Al·lâh” (¡Oh Dios!) antes de ingresar a un lugar ajeno, está inspirado en esta orden profética”.[4]
“Preguntaron al Noble Profeta (BP) si acaso esa orden se relacionaba a las casas de los familiares e incluso de la madre. Dijo: “Sí, tal vez ella se encuentre en un estado que no desee que otros la miren”.
El Enviado de Dios (BP) personalmente aplicaba esta orden, solicitaba permiso tres veces y si no oía respuesta regresaba. Al final de la aleya dice: «Ello es preferible para vosotros; quizás así lo recordéis.». Quiere decir que esto posee una razón, no es infundado y os conviene.
Dice la aleya siguiente: «Y si os dicen: “¡Retiraos!”, entonces retiraos». Los árabes consideraban un tipo de insulto el no permitírseles la entrada, mientras que esto se arraigaba en su ignorancia. El no permitir no contiene ningún tipo de insulto.
La aplicación de las normas coránicas nos aleja de muchos conflictos y dificultades. Una serie de mentiras y contradicciones son efecto de este mismo trato erróneo que es común entre muchos de nosotros, por ejemplo, que mintamos a alguien que viene a buscar a algún miembro de la casa, que éste no se encuentra en casa. Por lo tanto el Corán dice: «Ello os será más disculpable, porque Dios es Sabedor de cuanto hacéis».[5]
Después de la mención de este mandato se exceptúa la orden de pedir permiso en las casas no habitables y en los lugares públicos, por ejemplo, la puerta de un negocio y todos los lugares públicos en que se abren las puertas.
Las aleyas siguientes hablan directamente del hiÿâb. La aleya 30 dice: «Di a los creyentes que recaten sus miradas (iaguddû) y conserven su pudor, porque ello es más disculpable para ellos porque Dios está bien enterado de cuanto hacen.»
El Aiatul·lah Mutahhari en su libro “La cuestión del Hiyâb”, en un extenso e interesante análisis en cuanto al vocablo “gadd” llega a la siguiente conclusión:
“El gadd de los ojos no significa cerrar los ojos en el momento de ver a un no-íntimo, sino que significa “bajar la mirada”, es decir, no mirar intencional ni fijamente. En otras palabras, a veces la persona mira a otra con minuciosidad para observar su ropa y su maquillaje, pero otras veces, es una mirada circunstancial al momento de hablar con alguien, puesto que es normal al momento de hablar que se mire al interlocutor. Esta mirada no es intencional, sino que es como una preliminar para el hablar. Entonces, la aleya coránica dice que no miren fijamente.
La segunda cuestión está en la frase: «…y conserven su pudor». Posiblemente la aleya quiera denotar que fueran pudorosos y castos, es decir, que se protejan de la fornicación, la corrupción y toda acción inadecuada que sirve de introducción a ello.
La siguiente aleya: “Di también a las creyentes que…» menciona exactamente las mismas responsabilidades para las mujeres. De aquí se desprende que el objetivo de estas órdenes es observar las conveniencias y bienestar de los seres humanos, ya fuesen hombres o mujeres. Las leyes del Islam no han sido fundadas sobre la base de la discriminación y diferencias, si así hubiese sido el caso todas esas responsabilidades deberían haber sido solo para la mujer y no para el hombre.
Si es que vemos que la responsabilidad de cubrirse es específica de las mujeres se debe a que su pertinencia se encuentra solo en las mujeres. La mujer es manifestación de belleza y el hombre manifestación de embelesamiento, entonces es natural que sea a la mujer que se le diga “no te exhibas frente al hombre”. Por ello, aunque la orden de cubrirse se ha establecido para las mujeres, en la práctica en algunas sociedades los hombres salen más cubiertos que las mujeres, ya que la tendencia del hombre es mirar no mostrarse, en tanto que la inclinación de la mujer es mostrarse”[6].
La siguiente parte de la aleya se refiere al adorno. Abarca tanto a los adornos que se unen al cuerpo, por ejemplo el maquillaje, como a aquellos que están separados del cuerpo, por ejemplo las joyas, y luego exceptúa a algunas personas.

La forma de cubrirse:

La siguiente parte de la aleya habla del modo de cubrirse: «Que se cubran sus pechos con sus velos». Es decir, que tiendan sus pañuelos sobre sus pechos. Esto se debe a que las mujeres árabes usaban ya un tipo de pañuelo que dejaba ver su cuello y parte de su pecho, y naturalmente quedaban a la vista sus aros y collares, así, el Corán les pide que cambien la manera de colocarse su hiÿâb[7].

Ocasión de Revelación de la Aleya del Hiÿâb según los intérpretes de ambas escuelas:

En un día caluroso en Medina, una mujer joven y bella pasaba por los callejones, en tanto, como era costumbre, había colocado su pañuelo por detrás del cuello, quedando a la vista el contorno del cuello y sus aros. Un hombre de entre los discípulos del Profeta se aproximaba por enfrente suyo y aquella bella escena lo atrajo de tal modo que permaneció desatento de sí mismo y de su alrededor. Aquella mujer entró en un callejón y el joven la seguía con su vista. Mientras caminaba (chocó contra una pared y) un vidrio o hueso que sobresalía de la pared hirió su rostro. Cuando volvió en sí se dio cuenta de que su rostro sangraba. Con este mismo estado visitó al Enviado de Dios (BP) y le contó lo sucedido. Aquí fue cuando se reveló la aleya: «Di a los creyentes que recaten sus miradas…»[8].
De todos modos esta aleya explícitamente habla de los límites del velo.

Otras aleyas:

Las aleyas 58 a 60 de Sura an-Nûr tienen que ver también con el tema del hiÿâb y hablan de normas que hace falta practicar en las familias:

58. ¡Oh creyentes!, que vuestros siervos y quienes de vosotros aún no alcanzaron la pubertad os pidan permiso, tres veces (para presentarse ante vosotros): antes de la oración del alba, cuando os desvestís para la siesta y después de la oración de la noche, los tres momentos de vuestra intimidad. Fuera de esto no seréis recriminados porque os visiten ni porque os visitéis mutuamente. Así Dios os dilucida Sus leyes; porque Dios es Sapientísimo, Prudente.»
59. Cuando algunos de vuestros hijos hayan llegado a la pubertad, que pidan permiso para presentarse ante vosotros, tal como lo hicieron sus predecesores. Así Dios os dilucida Sus leyes; porque Dios es Sapientísimo, Prudente.»
60. En cuanto a las solteronas en edad crítica, que ya no aspiran al matrimonio, no serán recriminadas por despojarse de sus vestiduras exteriores sin enseñar sus encantos. Pero si se abstienen, será mejor para ellas; porque Dios es Omnioyente, Sapientísimo.»





La razón por la que fue prescripto el Hiÿâb en el Islam:

Aiatul·lah Mutahhari en su temática en cuanto a la razón por la que fue prescripto el Hiÿâb señala respecto a este tema las palabras de otros, especialmente los orientalistas, y dice: “Los que se oponen al hiÿâb han esgrimido razones para el hiÿâb con el fin de presentarlo como algo irracional e ilógico, y si los investigadores estudiasen esta cuestión en una forma neutral y sin perjuicios, se percatarían de que la razón del hiÿâb no es ninguna de sus palabras vanas e infundadas. Nosotros creemos en una razón específica para el hiÿâb desde el punto de vista del Islam que es corroborada por la razón, y al analizarla podemos presentarla como base y fundamento del hiÿâb[9].

El verdadero rostro del Hiÿâb:

Dice el mártir Mutahhari: “La verdad es que en la cuestión del hiÿâb o el velo el tema no consiste en que si es bueno para la mujer aparecerse en la sociedad cubierta o semidesnuda. El espíritu de esta cuestión residen en que ¿acaso la mujer y el aprovechamiento del hombre de la mujer debe ser gratis? ¿Acaso el hombre debe tener derecho de deleitarse de cada mujer en cada reunión lo máximo que pueda, a excepción de la fornicación, o no? El Islam, que ve al espíritu de la cuestión, dice “no”. Solo en el ámbito familiar y la ley matrimonial y junto a una serie de pesados compromisos los hombres pueden beneficiarse de una mujer como su esposa legal. Pero en el ámbito de la sociedad está prohibido aprovecharse de las mujeres ajenas, y también está prohibido para las mujeres ponerse al alcance de los hombres fuera del seno matrimonial, de cualquier forma y grado. Aunque aparentemente se dice -con un tono de lástima-: ¿Acaso es mejor que la mujer sea libre, o condenada y prisionera bajo el velo? Aunque aparentemente se dice así, el espíritu de la cuestión es la limitación y la no limitación de los hombres.
Desde el punto de vista del Islam, la limitación de los placeres sexuales al medio ambiente matrimonial y con la esposa legítima, ayuda a la salud psíquica de la sociedad. Desde el punto de vista familiar es el factor de la consolidación de las relaciones entre los miembros de la familia y el establecimiento de una perfecta intimidad entre los esposos. Y desde el punto de vista de la situación de la mujer frente al hombre, ocasiona que el valor de la mujer se eleve ante él.
Lo mencionado constituye la razón de la vestimenta islámica. Y si quisiéramos echarle a la cuestión una mirada general, debemos decir que el hiÿâb se arraiga en una cuestión más general y fundamental, que es: el Islam quiere limitar los placeres sexuales ya sea a través de la vista, del contacto u otra manera, al ámbito matrimonial y en el marco del casamiento legal, y quiere que la sociedad se limite a un ambiente de trabajo y actividad. Contrario al actual sistema occidental que mezcla los trabajos y actividades con los placeres sexuales, el Islam quiere separar estas dos cosas completamente una de la otra”[10].
Explicación de cuatro razones para el Hiÿâb:

Aiatul·lah Mutahhari, luego de rechazar las hipótesis de los orientalistas empieza a dilucidar las razones del hiÿâb. Menciona cuatro razones: 1) Tranquilidad síquica 2) Firmeza y consolidación del vínculo matrimonial y familiar 3) Consolidación de la sociedad 4) Valor y respeto por la mujer. Él las desarrolla de la siguiente manera:

1) Tranquilidad síquica: El primer fruto del hiÿâb es el sosiego síquico. La inexistencia de un límite en las relaciones entre hombre y mujer y el libertinaje acrecientan las emociones y excitaciones sexuales y convierte al deseo sexual en una sed espiritual y un deseo insaciable.
El instinto sexual es un instinto poderoso, profundo y es como un mar, cuanto más se le obedece, se vuelve más rebelde, al igual que el fuego, que cuanto más lo alimentes se avivarán más sus llamas. Para comprender este tema se deben tener en cuenta:
a. Del mismo modo que la historia nos cuenta de unos personajes ávidos de riqueza que con una avidez asombrosa pasaron su vida juntando dinero y riquezas y que cuanto más acumulaban se volvían más ávidos, también nos cuenta de unos seres ávidos en cuanto a las cuestiones sexuales. Ellos tampoco llegaron a saciarse por más que se apoderaban de bellas y jóvenes doncellas. Los dueños de los harenes y muchos de los poderosos son ejemplo de ello. Se puede leer al respecto en la historia de Irán en épocas de la dinastía Sasánida, así como encontramos ello en la actualidad pero ya no en la forma de harenes. Actualmente ya no hace falta que alguien tenga tantos recursos como el Rey Josró Parviz o el Califa Harun Ar-Rashid para conformar un harén. Para cada persona con pocos recursos hay posibilidades de aprovecharse de cuántas mujeres quieran.
b. La segunda cuestión es el tema de la existencia de muchas poesías y versos de amor a lo largo de la historia compuestos por hombres para la mujer; ello quiere decir que el hombre tiene un matiz especial para sus pasiones carnales, de la misma forma que para la espiritualidad también tiene un matiz especial, mientras que para sus necesidades meramente materiales como el agua y el pan no tiene ese matiz. Lo mencionado es suficiente para saber que la mirada del hombre hacia la mujer no es como su mirada al pan y al agua, que una vez satisfecha ya no tenga deseo, sino que se convierte, o en forma de avidez y deseo de poseer variedad de mujeres, o bien en forma de amor y poemas apasionados. De todas formas el Islam pone completa atención al extraordinario poderío de este instinto fogoso. Existen numerosas narraciones en cuanto a la peligrosidad de la mirada, la peligrosidad de estar a solas con una mujer no íntima, y finalmente la peligrosidad de este instinto que vincula y une al hombre con la mujer. El Islam ha predispuesto medidas para moderar y amansar este instinto y al respecto determina las obligaciones tanto para las mujeres como para los hombres. La aleya del hiÿâb establece una obligación común para el hombre y la mujer que se refiere a la mirada. La misma ordena que la mujer y el hombre no deben mirarse uno al otro con una mirada de deseo o insinuante, y establece una obligación específica para las mujeres, la cual consiste en cubrirse frente a los hombres no íntimos y no proceder en la sociedad de una manera que los provoque.

El espíritu del ser humano es extraordinariamente sensible, y no se limita a unos marcos específicos para luego sosegarse. De la misma manera que el ser humano no se sacia en cuanto a las riquezas y posiciones, en relación con lo sexual también es así, y por otro lado el deseo ilimitado es irrealizable, queramos o no, y siempre está acompañado con un tipo de sentimiento de privación y el espíritu insaciable solo encuentra su sosiego a través del recuerdo y mención de Dios. Si alguien no encuentra a Dios y no se comunica con lo espiritual jamás alcanzará el sentimiento de felicidad completa en esta vida. Su espíritu jamás se siente saciado porque Dios ha puesto en el hombre el amor por la eternidad y el deseo de convertirse en un ser ilimitado, y este sentimiento solamente puede ser saciado y sosegado a través de la unión con un ser infinito que es Dios. Entonces teniendo en cuenta el hecho de que un deseo ilimitado es irrealizable, ello significa no alcanzar las aspiraciones o los deseos y eso conlleva a desórdenes espirituales y psíquicos. ¿Por qué en el mundo occidental y todas las sociedades que lo imitan se han incrementado en gran cantidad las enfermedades psíquicas? Su causa es la libertad sexual y demasiados elementos excitantes que se exhiben a través de diarios, revistas, cines, teatros e incluso avenidas y calles, y como no hay posibilidad de responder a todos esos llamados, ello da como resultado la enfermedad y la privación.
No obstante dentro del Islam existe la orden del hiÿâb y una de las razones de su prescripción es que la tendencia a mostrarse es particular de las mujeres. En lo que se refiere a “adueñarse de los corazones”, el hombre es presa y la mujer cazadora, así como desde el punto de vista de “adueñarse del cuerpo” la mujer es presa y el hombre cazador.
El Aiatul·lah Mutahhari en su libro rechaza la opinión de personas como Russell y deja en claro que “los instintos sexuales no se sacian a través de una libertad completa, sino que es un instinto rebelde, por ello la única forma de moderarlo es el hiÿâb y la no mezcolanza entre hombres y mujeres, y no la libertad sexual que acerca al hombre al salvajismo y lo aleja de la humanidad y valores humanos”[11].

2) La firmeza y consolidación del vínculo matrimonial y familiar:

Ésta es la segunda razón de la prescripción del hiÿâb. Dice el mártir Mutahhari: “No hay duda de que cualquier factor que tenga efecto en la consolidación del vínculo familiar y origine la cercanía y la intimidad en las relaciones de pareja es beneficioso para la institución familiar y debe ser fortalecido; por el contrario, cualquier factor que cause la debilidad y frialdad en la relación de pareja debe ser combatido.
Limitar los placeres y deseos sexuales al medio ambiente matrimonial y en el marco de una relación legal fortalece el vínculo de pareja y une más a la misma. La razón para el hiÿâb y el impedimento de aprovecharse sexualmente de quien no es pareja legal consiste en que la esposa legal, síquicamente, debe ser considerada como el motivo de su felicidad, mientras que en un sistema de libertinaje muchas veces la esposa legal desde el punto de vista psíquico es considerada como una rival, una molestia y un vigilante, por lo tanto la institución familiar se cimenta sobre las bases del odio y la enemistad. La razón por la que los jóvenes de hoy en día escapan del matrimonio es eso mismo, en tanto que en el pasado, cuando la mercancía de la mujer no era tan abundante y barata, el matrimonio constituía la mayor ilusión de los jóvenes y no consideraban a la noche de bodas menos importante que sentarse en el trono de rey. Los contactos libres y sin límites entre los jóvenes y las jóvenes, ha convertido al matrimonio en una responsabilidad, una obligación y una limitación que debe ser impuesto a los jóvenes a través de consejos éticos.
Entonces el sistema de las relaciones libres en primer lugar ocasiona que los jóvenes mientras puedan huyan del matrimonio y solo se vuelquen hacia él cuando sus fuerzas de juventud comienzan a decaer, y en ese momento quieren casarse para tener hijos o con el fin de aprovecharse de los servicios y atención de su esposa.
Y en segundo lugar, una relación libre hace que la familia no se afiance sobre la base de un puro amor y profundo cariño, sino que cada uno mira al otro como un rival y el factor que le arrebata su libertad. Mientras que el hiÿâb y una relación limitada entre sexos opuestos en la sociedad ocasiona que se eleve la posición de la mujer ante su esposo y eso mismo es lo que endulza la vida. Pueden comparar dos sociedades, una en la que las mujeres usan el hiÿâb y en la otra no. En la sociedad en la que todas las mujeres usan el hiÿâb, el hombre fuera de su casa ve a todas las mujeres extrañas cubiertas, y si es necesario, se relaciona con ellas con un respeto mutuo, y en su casa, ve a su esposa sin hiÿâb, con ropas bellas y adecuadas.
¿Es éste hombre quien valora más su vida matrimonial o aquel que en su sociedad observa a todo tipo de mujeres, sin hiÿâb, con bellas ropas y maquilladas? Por más que su esposa fuese muy bella y elegante, al momento de comparar seguramente habrá visto una mujer aún más bella o atractiva en la calle, por ello, inconscientemente a veces su apego a su vida conyugal disminuye y la posición de su esposa se rebaja ante él. Imagínense qué sucede entonces si su esposa no goza de gran belleza; en muchos casos tal persona, bajo diferentes excusas, trata de alejarse de su mujer y este mismo asunto lleva a veces al divorcio. Ésta es una cuestión racional y si reflexionamos un poco en la misma nos convenceremos de su veracidad.
Sin dudas el hiÿâb conforma un factor importante en la consolidación del vínculo familiar y la razón por la que hoy muchas mujeres en occidente especialmente en Europa abrazan el Islam y contraen matrimonio con hombres musulmanes se debe a su aspiración de encontrar una cálida e íntima institución familiar, lo que todo ser humano ilusiona tener.”[12]

3) Estabilidad de la sociedad:

Continúa Aiatul·lah Mutahhari: “Extender los deseos sexuales desde el ámbito familiar a la sociedad, debilita la fuerza de trabajo y actividad de la sociedad, exactamente al revés de lo que alegan quienes se oponen al hiÿâb quienes alegan que “el hiÿâb es la causa de la paralización de la fuerza de la mitad de los individuos de la sociedad”; en realidad, la falta del hiÿâb y la divulgación de las relaciones sexuales libres es la causa de la paralización de la sociedad toda. Lo que paraliza las fuerzas de la mujer y aprisiona sus capacidades es que la privemos de las actividades económicas y sociales, y en el Islam no existe tal cosa. El Islam considera la obtención de conocimiento como una obligación para ambos sexos, y no prohíbe para la mujer ninguna actividad económica o social. Cubrir el cuerpo excepto la cara y las manos no impide ninguna actividad social, lo que paraliza a la sociedad es contaminar el ambiente del trabajo con los deseos pasionales.
¿Acaso si el joven y la joven estudian en ambientes separados o en un mismo ambiente pero acatando las mujeres el hiÿâb, éstos estudian y piensan mejor, o cuando al lado de cada joven se sienta una muchacha maquillada y con minifaldas? Lo mismo en el ambiente de la calle, el mercado, las oficinas, las fábricas, etc. ¿ver constantemente a las mujeres maquilladas y con ropas atractivas y sensuales ocasiona que los hombres trabajen mejor? Sin duda alguna, si las mujeres y jovencitas se presentasen en la sociedad con hiÿâb, las actividades sociales serían más rápidas y eficaces, y la sociedad gozaría de más estabilidad.”[13]

4) Valor y respeto por la mujer:

Dice el mártir Mutahhari: “Anteriormente dijimos que el hombre desde el punto de vista físico tiene superioridad sobre la mujer y la mujer desde el aspecto sentimental y afectivo siempre ha guardado su superioridad sobre el hombre. El mantener un límite de parte de la mujer frente a los hombres siempre fue uno de los medios misteriosos que la mujer utilizó para resguardar su posición y lugar ante el hombre. El Islam estimula a la mujer a aprovecharse lo mejor posible de este medio y enfatiza que cuanto más la mujer se comporte con seriedad, firmeza, y castidad y no se exhiba frente a los hombres, ello incrementará su respeto. En las aleyas del Sagrado Corán, luego de recomendar a las mujeres cubrirse[14], en la aleya 59 de la Sura al-Ahzab (nº 33) dice que: «Ello es mejor para que se las distinga (de las demás) y no sean molestadas».
Ello es mejor para que sean conocidas como castas y se sepa que ellas no desean disponerse en manos de los hombres, y que no quieren que éstos las molesten. Como resultado, ello ocasiona que sean respetadas y que las personas necias y corruptas se alejen de ellas”[15].
Una cuestión en cuanto al Hiÿâb:

El tema del hiÿâb en el Islam no se limita a una mera cubierta externa sino que junto a ella existen recomendaciones que hacen que el hiÿâb externo tenga bendiciones y profundos frutos para la sociedad. El hiÿâb es un conjunto de comportamientos humanos e islámicos que motivan la salud de la sociedad y la felicidad de los individuos de la sociedad. En realidad, estos preceptos aseguran los efectos del hiÿâb exterior, y si el hiÿâb exterior no está acompañado de estos factores y órdenes, ninguna sociedad será una sociedad islámica, aún cuando todas las mujeres usen hiÿâb.
Estas recomendaciones, algunas de las cuales se encuentran en el Corán y otras en las narraciones, son las siguientes:
1) Prohibición de la mirada ilícita.
2) Prohibición de maquillarse y perfumarse para salir a la calle (por supuesto, en caso de que el hombre pueda percibir el aroma de la mujer).
3) Evitar la mezcolanza entre hombres y mujeres.
4) Prohibición de darse la mano entre hombres y mujeres.
5) Evitar actuar en forma semejante los hombres y mujeres, con el fin de que se proteja su dignidad.
6) Honestidad y continencia con relación a las mujeres de los demás.
7) Celos del hombre en cuanto a su familia y su deber de protegerla y orientarla.
8) Las narraciones en cuanto al castigo en el Día del Juicio Final establecido para quienes no acatan el hiÿâb o no lo acatan debidamente.

Muy brevemente vamos a explicar los puntos mencionados:

1) Prohibición de la mirada ilícita:
Además de las aleyas coránicas, entre ellas las aleyas de la Sura an-Nûr, las narraciones tocan este tema en forma extensa. Dijo Abâ ‘Abdul·lâh, el Imam As-Sâdiq (P): “Mirar (a los no-íntimos) es una flecha de entre las flechas de Satanás, y cuántas veces sucede que una sola mirada trae una larga lamentación”.[16]
En los dichos se explica que la primera mirada dirigida a los no-íntimos es generalmente involuntaria y no es harâm. La segunda mirada va en tu contra y en la tercera está tu perdición.[17]
En otro dicho vemos: “Los ojos son el medio de caza de Shaitán”.[18]

Los nefastos efectos de una mirada ilícita:

Existen muchas narraciones en las que se debate en cuanto a los malos efectos de la mirada ilícita. Estos efectos se ven tanto en esta vida como en la otra. Uno de estos efectos en el mundo es alejarse del recuerdo de Dios: “No existe nada en el cuerpo del ser humano tan ingrato como el ojo, entonces, tened cuidado de no satisfacerle en todo lo que desee, puesto que en este caso, os ocupará tanto al punto de alejaros del recuerdo de Dios, Imponente y Majestuoso”.[19]
La mirada ilícita atrae también el castigo de Dios en la otra vida: “Quien llene sus ojos de miradas ilícitas llenará Dios sus ojos de clavos de fuego, luego llenará sus ojos de fuego hasta el momento que resucite toda la gente, y finalmente será conducido hacia el infierno”.[20]
Naturalmente esta mirada ilícita abarca toda clase de miradas ilícitas como la mirada de la mujer al hombre no íntimo, la mirada del hombre a la mujer no íntima, mirar las escenas corruptas de películas, teatros, fotos, y cualquier otra escena de esta índole.

Los buenos efectos del control de la mirada:

Existen otros dichos y narraciones que hablan de los buenos efectos del control de la mirada. El Imam ‘Alî (P) dice en un hadîz: “Dios otorga una tranquilidad y sosiego mental y de corazón a todo el que controle su mirada frente a las escenas ilícitas”.[21]
Éstas son palabras precisas ya que generalmente las ansiedades provienen de mirar tales escenas. En otro dicho el Enviado de Dios (BP) dice: “Bajad vuestras miradas que ciertamente miraréis las maravillas”.[22] A quien cierre sus ojos a las escenas ilícitas Dios abrirá sus ojos para observar lo angelical de la vida y las cosas invisibles. En este respecto, en la bibliografía de los grandes sabios observamos muchos sucesos que testimonian la veracidad de este hadîz. Personas como Ibn Sirîn, como Sheij Raÿab ‘Alî Jaîiât y ‘Al·lâmah Muhammad Taqî Ya’farî, quienes recibieron las bendiciones de Dios tras controlar su mirada frente a una escena. Por ejemplo Ibn Sirîn, a quien Dios le otorgó el poder de descifrar e interpretar los sueños entre otros dones divinos, era un joven aprendiz que trabajaba en una tienda de telas. Cierta vez a una mujer le agradó este joven, por lo que compra algunas telas de esta tienda y le pide al joven que las lleve a su casa. Una vez que él, ignorando la intención de la mujer, lleva las telas, la mujer cierra la puerta y le aclara su intención. El joven, que era muy creyente y devoto se sorprende y piensa en la forma de cómo salvarse de tal situación. De pronto se le ocurre algo. Le dice a la mujer: “Sí, yo no tengo problemas, solo que necesito ir al baño y enseguida regreso.” Cuando entra al baño llena su cuerpo de suciedades. Cuando regresa la mujer lo echa y luego él dice: “¡Alabado sea Dios! A través de la suciedad de mi cuerpo salvé a mi espíritu de la suciedad e impudicia; y aquella suciedad es fácil de lavar.” Ahí fue cuando Dios le abrió fuentes de su corazón.
Ocurrió una escena parecida en Nayaf para ‘Al·lâmah Taqî Ya‘farî. Este joven devoto fue elogiado por este acto por Imam ‘Alî (P) y a través de Imam ‘Alî (P) recibió fuentes de conocimiento divino. Él mismo decía: “Todo lo que tengo es por aquel control que realicé”.
Otro hadîz del Enviado de Dios (BP) dice: “Todos los ojos en el Día del Juicio Final estarán llorando excepto tres ojos: un ojo que llore por temor a Dios, un ojo que baje su mirada frente a lo ilícito, y un ojo que quede en vigilia por las noches por la causa de Dios (este último abarca la vigilancia, enfermería, etc., si es que sirven a las personas con intención de acercamiento a Dios).[23]

2) Prohibición de maquillarse y perfumarse para salir a la calle:
Este tema se puede deducir de la aleya del hiÿâb en la Sura an-Nûr. En nuestras tradiciones también se toca este tema en forma extensa.

3) Evitar la mezcolanza entre hombres y mujeres:
En un hadîz observamos: “Quien continuamente está en contacto con mujeres está expuesto al pecado y quien comete pecados su morada será el Fuego”.[24]
La conducta del Profeta (BP) demuestra que intentaba programar la salida de hombres y mujeres de las mezquitas por puertas separadas. Un día el Profeta (BP) observó que las mujeres y hombres salían de las mezquitas juntos, por lo que les dijo a las mujeres: “Es mejor que vosotras esperéis hasta que los hombres salgan. Que ellos lo hagan por la salida de en medio y vosotras por las de los costados.”

4) Prohibición de darse la mano entre hombres y mujeres:
En las narraciones se hizo referencia a este tema y se lo consideró como un factor que atrae la ira divina.[25]
5) Evitar actuar en forma semejante los hombres y mujeres, con el fin de que se proteja su dignidad:
En muchas narraciones se prohíbe comportarse, actuar y vestirse como el sexo opuesto ya que ello ocasiona que se rebaje el respeto e integridad de la mujer, y esto atrae la maldición divina.[26]
6) Honestidad y continencia con relación a las mujeres de los demás:
En un hadîz el Enviado de Dios (BP) dice: “Comportaos con castidad en cuanto a las mujeres de los demás para que vuestras mujeres permanezcan castas”.[27]
7) Celos del hombre en cuanto a su familia y su deber de protegerla y orientarla:
Dice Dios Altísimo en la aleya 6 de la Sura at-Tahrîm (nº 66): «¡Oh creyentes! Protegeos a vosotros y a vuestra familia de un fuego cuya combustible son los hombres y las piedras». Esta aleya coránica considera como responsabilidad del hombre orientar y cuidar a su familia. El hombre con fe no debe ser indiferente en cuanto al comportamiento de su esposa e hijos y no debe abandonarlos a su suerte. En un hadîz del Profeta vemos que: “Dios es celoso y ama a los celosos”.[28] En otro hadîz dice el Imam As-Sadiq (P) en cuanto al tema: “Si el hombre no tiene celos en cuanto a su familia es porque su naturaleza ha sido tergiversada”.[29]







[1] Enciclopedia de Farîd Waÿdî, t. 3, p. 336.
[2] Al-‘Iqd-ul Farîd, t. 3, p. 368.
[3] Referirse a: “La cuestión del Hiÿâb”, de Murtada Mutahhari, pp. 128 a 138 (en persa).
[4] Ibíd., pp. 129-131.
[5] Ibíd., pp. 131-134.
[6] Ibíd, pp. 136-145 (resumido).
[7] Ibíd, p. 153. Maÿma’ al-Baiân, en la explicación de la aleya 31 de Sura an-Nûr.
[8] Al-Kâfî, t. 5, p. 521; Durr Al-Manzûr, de Suiutî, t. 5, p. 40.
[9] “La cuestión del Hiÿâb”, de Murtada Mutahhari, p. 82.
[10] Ibíd, pp. 82 y 83.
[11] Ibíd, pp. 84-88.
[12] Ibíd, pp. 88-92.
[13] Ibíd, pp. 92- 93.
[14] «¡Oh Profeta!, di a tus esposas, a tus hijas y a las mujeres de los creyentes que (cuando salgan) se cubran con sus mantos, esto es más conveniente para que se las distinga (de las demás) y no sean molestadas; porque Dios es Indulgentísimo, Misericordiosísimo».
[15] “La cuestión del Hiÿâb”, de Murtada Mutahhari, p. 95.
[16] Bihâr al-Anwâr, t. 101, p. 49.
[17] Bihâr al-Anwâr,t. 101, p. 37.
[18] Gurar al-Hikam, pp. 386 y 285.
[19] Bihâr Al-Anwâr, t. 101, p. 36.
[20] Ibíd., p.37.
[21] Gurar al-Hikam, p. 385.
[22] Bihâr al-Anwâr, t. 101, p. 41.
[23] Bihâr al-Anwâr, t. 101, p. 35.
[24] Nâsij at-Tawârîj, t. 2.
[25] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t. 14, p. 143.
[26] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t. 13, p. 258.
[27] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t. 14, p.141.
[28] Nahy al-Fassâhah, p. 143.
[29] Wasâ’il ash-Shî‘ah, t.14, p.108.

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