16.5.12

“El Esplendor Silente del Sheij Bahyat ”


LIMA, Perú. (ABNA) — La partida del último wali, considerado el signo de la verdad y pilar del gnosticismo imamí.
Yibril ibn Mekkah

“El Esplendor Silente del Sheij Bahyat ”
         El gran signo de Al-lâh, Hajj Sheij Muhammad Taqi al-Bahyat Fumani, nació en 1915 en Fuman al norte de Irán y falleció en el 2009 en la ciudad de Qom. Su tumba yace en el interior del Santuario de Fatimah Masumeh (as). Siendo su partida el cierre último de la cadena gnóstica y tradicional del Shiísmo  duodecimano.

       Desde muy joven se empeña en estudiar religión y realiza sus estudios introductorios al árabe, lengua litúrgica por excelencia del Islam. Viaja a Iraq a la edad de 14 años y visita por primera vez la tierra mártir y sagrada de Karbala, a los 18 años de su edad se traslada a la famosa madrasah de Nayaf en donde tuvo la oportunidad de estudiar con los mejores profesores y sabios del mundo shiíta. Estudió usul al-din (principios de la religión) con los sabios religiosos Sheij Abul Hasan Isfahani, Sheij Mirza Na’ini y el Sheij Muhammad Hasan Gharawi Kumpani.

 También dedicó estudios en fiqh (legislación y derecho islámico) con el sabio jurisprudente Sheij Mirza Muhammad Taqi Shirazi. Y asimiló la filosofía aviceniana conjuntamente con la tesís filosófica de Molla Sadra con el Seyyed Hasan Badkubeyi.

       Al mismo tiempo que asistía a los niveles intermedios y superiores de los estudios religiosos fue muy indagador en su  busqueda de instrucción espiritual y encontró en los maestros al Sheij Muhammad Hasan Isfahani y al Seyyed Abdul Ghaffari la senda del conocimiento gnóstico. Sin embargo, es en esta ciudad iraqi de Nayaf en donde encontrará al gran maestro espiritual de todos los tiempos el Seyyed Mirza Ali Qadi, considerado como el Ghawth y afamado como uno de los polos temporales de la gran cadena gnóstica del Shiísmo imamí, con quien permanecerá ligado por muchos años aprendiendo y recibiendo las instrucciones especificas de los secretos mistéricos de la senda gnóstica. A sus 30 años de su edad, el Sheij Bahyat vuelve a Irán y se establece definitivamente en la ciudad de Qom, continuando sus estudios  como alumno especial del Sheij Buruyerdi. El rango espiritual del Sheij Bahyat fue muy elevado en este camino, en donde atravesó muchas de las estaciones místicas logrando la proximidad con el Amado Eterno.

       Desde su juventud el Sheij Bahyat se ocupó constantemente de la purificación interior de su alma y de su autoconocimiento que en sus instrucciones éticas insistía siempre a sus alumnos que uno debe esforzarse al máximo en este camino y renunciar al mundo y a sus apetencias abandonando sus banalidades a fin de progresar en la lucha contra las demandas interminables de nuestro ego. Como un gran combatiente, el Sheij Bahyat demostró casi siempre que este esfuerzo continuo desarrolla la fortaleza moral interna del hombre que puede lograr la victoria sobre la inmoralidad en una guerra santa suprema contra los propios deseos e inclinaciones mundanas de lo éguico. Por ello dicen los awliya (amigos y amados de Al-lâh) “A quienes tienen apego a este mundo les está vedado el otro mundo; a los del otro mundo les está vedado éste. Al wali, ambos mundos le están vedados”.

       El Sheij Bahyat pasaba las noches en Nayaf en completa soledad como un perfecto asceta, profundamente dedicado al desvelamiento y a la contemplación divina. Nunca desperdició ni un minuto de su tiempo, nunca participó de reuniones frívolas y vanas y nunca interfirió en las actividades de los demás. Fue muy reservado y no le gustó revelar nada de sí mismo del carisma y la bendición de Al-lâh que le había concedido en esas noches de Nayaf. Sin ninguna duda, los amigos y amados de Al-lâh siempre contemplarán la realidad de aquel mundo, obteniendo la fuerza espiritual necesaria que el resto de la gente no puede ver por estar sometidos y absorbidos por la materialidad y la concupiscencia de este mundo oscuro.

       Los awliya dicen que el hombre debe alcanzar la perfección, para poder contemplar a la perfección absoluta en su totalidad, a traves de su visión interior, capaz de percibir lo universal. Por ello estos walis transitarán a menudo las cimas lumínicas en la cercanía de lo Providencial.

       El Seyyed Allameh Muhammad Hussein Tehrani en su libro Anwar al-Malakut (el óceano de los ángeles) escribe una anécdota al respecto: El Sheij Abbas Quchani, sucesor espiritual del gran maestro místico Seyyed Mirza Ali Qadi (Que Al-lâh todopoderoso este complacido con ellos) dijo que mientras estaba en Nayaf veía como el Sheij Bahyat iba a menudo a la mezquita Sahlah y pasaba las noches dedicado al dikhr (mención de Al-lâh) como atracción y contemplación a lo divino. Una de esas noches, las luces de la mezquita no se activaron por motivos ajenos, el Sheij Bahyat necesitaba salir para renovar sus abluciones, salió y se dirigió hacia el lugar del cuarto de la ablución al este de la mezquita. De pronto en medio de la oscuridad mientras caminaba aparece de la nada una luz sobre él, iluminándole claramente el camino. Después de sus abluciones el Sheij Bahyat se dirigió nuevamente a la mezquita y esta centella lumínica que le acompañaba en el camino, se fue difuminando poco a poco.

       El Sheij Bahyat fue un wali de nuestro tiempo, fue un amante de la verdad última del hombre, fue un nato seguidor y cultivador de la esencia pura de la gnosis. Vivió una vida simple y sencilla, sometido a la carestía de lo mundano, comprendiendo que la verdad de su existencia es la pobreza espiritual.

Parafraseando un dicho del Profeta Muhammad (saws) que dijo: “La pobreza es mi honor, he sido honrado sobre los demás profetas con pobreza espiritual”.
       Su casa fue antigua y austera que estaba cerca a la mezquita Fatimiyyah al final del bazar iraqi de Guzar Jan en Qom, en donde los últimos años de su vida dirigió allí las plegarias del mediodía, y en donde muchos maestros y discípulos venían a rezar detrás de él, describiendo esta experiencia religiosa como única y edificante. Cuando el Sheij Bahyat iniciaba la oración del mediodía, las lágrimas brotaban y recorrían sus mejillas que con frecuencia hacia pausas para controlar su llanto porque su voz se situaba entre la emoción y el temor en presencia del Altísimo Amado. La devoción atraía su corazón hacia el Amado Eterno y la realidad de su devoción era la constancia en mantener su atención fija en el Señor de los mundos.

       Una de sus máximas era que si los gobernantes y reyes de este mundo supieran del disfrute espiritual que se experimenta en la oración, jamás irían tras el mundo y sus deleites. Un aforismo místico nos dice: “Si el Altísimo nos ha dado la vida y la existencia mediante su Ser, tambien yo le doy la vida conociéndole en mi corazón”. Esta idea se fundamenta y se impone casi siempre en el místico como un servicio divino que consiste en alimentar su propio ser con toda la creación a su Señor de amor. La oración es la forma más elevada del acto culminante de toda teofanía. Así, la función de la oración es compartida entre Al-lâh y el hombre, por cuanto la creación como teofanía es compartida por aquel que se muestra y aquel a quien se muestra de este modo, la oración es un momento, una recurrencia por excelencia de la creación.

       El Sheij Bahyat decía que nuestras vidas constantemente llegan a su final con la muerte y aún así no hemos llegado a experimentar la dación de la dulzura de nuestros actos de adoración, especialmente la oración que nuestros Imames infalibles (as) nos han descrito. Ahora, el acto de adoración tiene dos requisitos previos a decir del Sheij Bahyat, uno exterior a la oración, en donde el creyente tiene que abstenerse totalmente del pecado y no ensuciar su corazón con la desobediencia, porque el pecado roba la luz del corazón. Y el segundo requisito que pertenece propiamente a la oración en donde el creyente debe rezar creando una barrera imaginal alrededor suyo, para que no puedan entrar los pensamientos oscuros que lo distancien de su diálogo con el Altísimo. No debe permitirse que los pensamientos se alejen incluso un instante de lo Eterno. Para lograr un control absoluto de los pensamientos durante la oración adquiriendo la presencia del corazón en ello, uno debe controlar los cinco sentidos durante el día y tener mucho cuidado con lo que se permite ver, escuchar, oler, comer y hacer, y de esa manera se logrará lo que buscamos durante la oración que permitirá alcanzar la presencia siempre despierta de la mente y el corazón. El Sheij Bahyat decía a menudo: “De la cantidad de oraciones que están bajo nuestras manos, deberíamos poner atención a las oraciones que está bajo la mirada de Al-lâh”.

       El Sheij Bahyat también nos comenta que la oración simboliza la Ka’aba (lugar sagrado de peregrinación islámica), es decir el lugar de concentración entre el fiel y su Señor, el Takbirt ul-Ihram (declaración inicial de la oración) es el pronunciamiento supremo a lo divino, sinónimo de dejar de lado todo lo que no sea su Señor y entrar en su santuario, el Qiyam (estado de permanecer erguido durante la oración) representa una conversación entre el fiel y su Señor, el Ruku (inclinación del cuerpo durante la oración) simboliza la inclinación de respeto del fiel frente a su Señor y el Suyyud (postración con la frente durante la oración) es la manifestación definitiva de humildad y de carencia de poder del fiel ante el Señor de los mundos y cuando el fiel regresa de una oración así, el saludo de paz final le remite nuevamente al recuerdo de su Señor de amor.

       Esta es la idea que nos remite al pathos de lo divino como una pasión transitiva entre la relación del fiel amante y su Señor Amado. Este simpatetismo humano-divino hace solidarios en su Ser mismo la conversión del Señor divino volviéndose hacia su fiel de amor en constante reciprocidad de unión mística. Por eso los awliya han bebido del manantial de la realidad de acuerdo con sus propias capacidades y aptitudes innatas. El conocimiento y la distinción del estado interior de un wali, solo al Altísimo Señor le es posible ya que nadie salvo El les conoce. En una tradición profética Al-lâh nos dice: “Mis walis (amigos, amados) están bajo mi manto y salvo Yo, nadie les conoce”.

       El Seyyed Allameh Muhammad Hussein Tehrani nos describe su experiencia personal con el Sheij Bahyat: Un día tuve la visita del Sheij Bahyat en la santa ciudad de Mashhad y señaló en su conversación algo que no se puede interpretar, salvo la amistad propia de los secretos con los asuntos ocultos. Días después tuve un ataque al corazón en el mes de shawwal de 1413 de la hégira, dormí cuatro noches en la unidad de cuidados intensivos y nueve noches en la unidad de enfermedades generales del hospital Qaim de la santa ciudad de Mashhad. Al poco tiempo recobré mi salud y el hospital me dió de alta por mi mejoría, volví a casa y comencé mis estudios e investigaciones académicas. Me visitó nuevamente el Sheij Bahyat con uno de sus estudiantes y no había nadie en nuestra casa, excepto yo y mi hijo mayor. Sabía que el Altísimo Al-lâh me había permitido realizar el Tahajjud (oración de la noche) y el Qiyam de la noche antes de ser afectado por esta dolencia al corazón, así que dejé de hacerlo durante mi enfermedad. Después de regreso a casa deje de realizar este acto debido a la pereza, a la indiferencia y a la falta de determinación, a pesar de que se usa para mantenerse despierto durante largas horas de la noche. Cuando el Sheij Bahyat vino a visitarme me dijo sin ningún tipo de introducción “El Qiyam durante la noche es el transporte de la noche”. Luego permaneció en silencio y no dijo nada. La charla trató de otros asuntos, pero el Sheij Bahyat volvió a la conversación anterior y dijo: “Yo vi en el Bihar al-Anwar esta tradición, el Altísimo Señor ha escrito esto en su libro perfecto”.

       A diferencia de la mayoría de los hombres que no poseen ninguna idea de la existencia de los acontecimientos del mundo interior por estar encadenados a sus apetencias pasionales y aferrados a una moral desequilibrada; sus pensamientos y sus percepciones tienen como consecuencia  la de ser imperfectos distándose de ser verdaderos. El Sheij Bahyat había alcanzado un grado espiritual que por la gracia Divina le permitía con frecuencia ser testigo de acontecimientos pertenecientes al mundo oculto de los sentidos. Una de sus prácticas continuas era uno de los dikhr de los 99 nombres divinos de Al-lâh denominado Sattar al-uyub (El que oculta los defectos) que constantemente lo repetía cuando caminaba por las calles o cuando permanecía sentado. Este es el punto de vista en donde se considera que en cada Profeta, en cada Imam y en cada Wali predomina un atributo divino y en donde cada uno de ellos es la epifanía y el símbolo de un atributo divino en particular.

       Un día uno de sus estudiantes del Sheij Bahyat había cometido una falta consigo mismo que recitaba continuamente este dikhr, lo cual lo había guardado en secreto por un tiempo. Cuando estuvo frente a la mirada del Sheij Bahyat, el Sheij le dijo sin ningún miramiento: “Sattar al-uyub”. El estudiante se sonrojó y quedo totalmente desconcertado ante las palabras de su maestro que descubrió su estado interior. Al respecto el filósofo Mesbah Yazdi nos comenta que el Sheij Bahyat a menudo entraba en el plano donde es testigo de muchas cosas ocultas a los sentidos corporales y siempre veía la naturaleza real del alma de quienes se sentaban a su alrededor y por esa razón él invocaba al Altísimo este dikhr, para que los secretos de las personas no le sean revelados. Esto suele suceder siempre a los siervos cercanos de Al-lâh, quienes perciben directamente los misterios de la verdad absoluta, y como dice el Sagrado Corán: “Solo los puros pueden percibir la verdad” (Sura 56, aleya 79).

       La humildad absoluta de los walis es tal que no quisieran ver nada ni hacer nada que pueda llevarles a sentir un mínimo de su ego. A cambio de esta humildad, el Todopoderoso les concede el mayor conocimiento y el alcance de los grados extáticos. Sin duda alguna, para el creyente que se esfuerza sinceramente en lograr la proximidad a lo divino, el Altísimo mismo se convierte en su guía, y así lo vemos mencionado en el Sagrado Corán: “Y a quienes se esfuerzan por nosotros, ciertamente les guiaremos a nuestros caminos. En verdad, Al-lâh está con quienes hacen el bien” (Sura 29, aleya 69).

       Por otro lado, el Sheij Bahyat nos aconsejó que cuando uno llega a conocer completamente la Shari’at (ley literal) le permitirá conocer los resultados finales en el camino de la gnosis, como el abandono de los pecados, la observación de lo que es obligatorio, la práctica de lo que es recomendable, así como también, la recitación coránica en la soledad, el ayuno permanente y la asidua praxis de la adoración. A este respecto, el Profeta Muhammad (saws) dijo: “La ley literal son mis palabras, la senda son mis actos y la realidad es mi estado interior”.

       Así el creyente que busca el camino debe salvaguardar las manifestaciones de la ley sagrada exterior conjuntamente con las condiciones espirituales adquiridas y no debe manifestar estas cosas a excepción de aquellos que son dignos de ello. Por eso, en el Shiísmo se conserva este precepto: “No golpear en el rostro”, es decir, conservar el rostro exterior de la ley literal, no solamente por ser el soporte irremisible de los símbolos, sino porque es también la salvaguarda contra el libertinaje y la tiranía de los ignorantes.

       El Sheij Bahyat también fue un gran muytahid (sabio que posee la capacidad de discernir sus obligaciones legales con argumentos jurisprudenciales) de nuestro tiempo, pues vivió en la sociedad a la que sirvió y dirigió y fue el vehículo por el cual los discípulos y creyentes recibieron la guía correcta necesaria para sus vidas. De ahí, uno de los conocidos aforismos de los walis nos dice que: “Una de las primeras cualidades del hombre perfecto, debe ser la armonía y la paz con todo lo que le rodea”.

       La mejor Risala (tesís de leyes prácticas) de nuestro tiempo, sin ninguna duda fue la del Sheij Bahyat en donde nos dice: “La religión islámica ha sido construida sobre principios correctos y auténticos y contiene un código de comportamiento, así como normas para los más variados aspectos vitales. En las convicciones teológicas la imitación del muytahid no está permitida; no es necesaria para los actos y normas que no conciernen al ámbito de la convicción; no obstante, fuera de estas necesidades inapelables, si alguien es un muytahid deberá actuar sobre la base de sus criterios dogmáticos; pero quien no esté en ese caso habrá de actuar de acuerdo con la imitación de un muytahid, u observar una extrema precaución".

 En la referida definición del Sheij Bahyat se delimita dos espacios perfectamente comprensibles por separado: el de la convicción y el de los deberes para con ella, de forma que es éste segundo ámbito el susceptible de matización, y en el que hemos de ser cautelosos para recurrir a una opinión docta, si es que ésta está en condiciones de responder adecuadamente, ya que habrá de ser una temeridad comprometer a un sabio en un asunto que no puede dominar por su distancia con el lugar de implementación.

Si hacen falta opiniones sobre un contexto nuevo, en términos ideales, habrán de ser los naturalistas quienes las elaboren, y si no están cualificados, deberán educarse, para atender a lo que es una necesidad primaria, y mientras tanto, como indica la definición del Sheij Bahyat, actuar con precaución, lo cual no implica ni inmovilismo, ni remitir sistemáticamente el problema a otros, ni una sobrecarga de deber de comportamiento religioso, sino que la actuación, y su previa y consecuente reflexión sea sincera y que tenga por objetivo auténtico buscar la complacencia Divina, que en definitiva es el único sentido de nuestro discurrir terrenal.

Finalmente podríamos decir que el Sheij Bahyat nunca nació, ni nunca murió, ni nunca perteneció a ninguna cofradía, tan solo transitó este mundo como un fiel amante y devoto servidor hacia la realidad de lo Divino, en un silencio permanente y lumínico que lo caracterizó como el último místico y wali de Al-lâh de la cadena gnóstica del Shiísmo imamí.

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